Si no renuncias a todo, no eres de los míos. Esto parece decirnos hoy Jesús. A veces, vivimos una fe acomodada, construimos un cristianismo a nuestra medida, un cristianismo a la carta, amparados en unas devociones sin complicaciones, en una piedad de gustos personales, que moldee un dios de nuestra talla. Cuando vivimos en la mediocridad, cuando nos buscamos a nosotros mismos olvidándonos de Dios, cuando vivimos más para mí mismo que para los demás, y además nos profesamos buenos cristianos, vivimos en el engaño. Pero sólo nos engañamos a nosotros porque, claro, a Dios no hay quien le engañe.
El Evangelio de hoy nos llama a una profunda reflexión sobre las exigencias de nuestro ser cristiano. Se nos ofrece un programa denso de virtudes o actitudes que hoy no son muy valoradas: pobreza, humildad, sencillez, cruz.
El medio que Dios ha escogido para salvarnos, ha sido el de la sencillez, el abajamiento, la humillación, la cruz. Ese mismo camino tiene que recorrer el cristiano en su ascensión hasta Cristo. Seguir a Cristo no es sólo decir creo, para asegurarse la propia salvación. Es aceptar el riesgo de seguir los mismos pasos del Maestro, cargando con la cruz.
Cuando todo es buscar comodidad y confort como los ideales motrices de una sociedad consumista, parece anacrónico predicar un camino de renuncia y de cruz. Sin embargo no podemos convertir el Evangelio en un anuncio publicitario. Cristo no quiere mediocridades ni cotizaciones fáciles en la bolsa de la popularidad. Todo cristiano que quiere seguirle, tiene que renunciar a sí mismo y luchar contra sus evasivas y posibles esclavitudes: egoísmo, dinero, placer, comodidad… Con estas premisas no hay corazón que se abra al Espíritu.
La vocación del cristiano, como un nuevo apóstol del Reino de Cristo, es vocación de santidad. Así nos lo ha recordado el Papa Francisco en su última carta sobre la llamada a la santidad, ¡Alegraos y regocijaos! La santidad siempre pasa por la cruz; y el espíritu de todo apostolado debe ser espíritu de sacrificio: quién da su vida por Mí, la ganará, dice el Maestro.
Los senderos de nuestra vida de apostolado cristiano serán siempre senderos de renuncia voluntaria y de cruz enriquecedora. Esta cruz no es principio de esclavitud, sino de libertad. Siguiendo a Cristo no hemos de temer perderlo todo, pues ganamos la vida. Toda vida que se entrega por lo demás no puede perderse nunca. Cuando se da la vida por los demás, el fruto va más allá de cualquier dividendo humano: está asegurado el ciento por uno.
Alfonso Crespo Hidalgo