La crítica al mejor, suele unir a los envidiosos. Es frecuente encontrar en el evangelio a los escribas y fariseos, de bandos contrarios, unidos en su crítica a Jesús: ellos se consideran una casta superior, separados del común de los mortales. Los escribas se sienten maestros y jueces de la Ley; los fariseos se enseñorean de ser los mejores cumplidores y se vanaglorian en público: en los dos grupos, la apariencia externa puede más que la sinceridad del corazón.
Es frecuente el choque entre la pedagogía de estos dos grupos, arraigados en la tradición y la de Jesús, el nuevo Maestro. La página del evangelio, nos muestra una dimensión, hoy casi olvidada, de la pedagogía: hablar con claridad y exigir con firmeza. Jesús es radical en su pedagogía, porque es radical el principio que la sustenta: el amor a Dios y al prójimo. El Maestro sintetizaba esta enseñanza en el evangelio del domingo pasado: los mandamientos se cierran en dos: amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser, y al prójimo como a ti mismo.
Jesús denuncia con energía: hay jefes y maestros hipócritas, que exigen a los demás lo que ellos no hacen. Además se enseñorean ante sus súbditos o aprendices con la hipocresía del inteligente: disimulan los propios defectos camuflándolos con una actitud externa de falso servicio: se sientan en la cátedra de Moisés, se hacen llamar padres, maestros y señores, y echan fardos pesados de leyes en las espaldas de los demás, que ellos no cumplen. Son palabras duras, pero cargadas de verdad.
Jesús proclama: no sea así entre vosotros: a nadie llaméis maestro, a nadie llaméis padre, a nadie llaméis jefe: sólo Dios es Maestro, Padre y Jefe. Y sentencia de forma definitiva: entre vosotros, el que quiera ser el mayor, que sea vuestro servidor.
El Reino de Dios, predicado por Jesús, inaugura un nuevo tipo de relaciones. En nuestras relaciones con Dios no hay castas ni grupos privilegiados: todos somos hijos, discípulos, servidores del Reino. Y de esta filiación común brota un nuevo estilo de convivencia humana realmente revolucionario: en el Reino de Dios todos somos hermanos. Nuestras relaciones no son medidas por el poder, por el rango o por la dignidad sacramental; no se apoyan en la inteligencia que desprecia al sencillo sino en la grandeza del servicio, siendo cooperadores en la obra salvadora de Dios para bien de todos.
En el fondo es una cuestión de sinceridad consigo mismo: como dice san Pablo: si somos hijos de Dios, actuemos como tales, pareciéndonos en todo a Aquel que es nuestro Modelo. Jesús se humilló y fue exaltado: siendo Hijo de Dios, supremo Maestro, quiso enseñar con la sencillez de las palabras humanas; siendo Señor de todos, se hizo uno de tantos en el servicio hasta la muerte; nos enseñó a vivir como él: como Hijo, dirigiéndose constantemente a Dios, en la intimidad y en público, haciendo de toda su vida un diálogo fecundo con el Padre.
Es urgente vivir en coherencia con el evangelio: el servicio es el distintivo del cristiano. Así lo hizo el Maestro a quien seguimos, el Señor a quien amamos. El testimonio de vida: la coherencia entre lo que somos y hacemos, es la mejor manera de evangelizar.
Alfonso Crespo Hidalgo