«Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero». Con esta tercera afirmación de amor por parte de Pedro a la triple pregunta del Maestro, ¿Simón, hijo de Juan, ¿me amas? concluye una de las escenas más emblemáticas del Evangelio e Juan.
El Maestro y Señor se aparece, junto al lago de las confidencias, a sus discípulos. Ellos vienen de una pesca inútil. Han pasado la noche bregando y no han cogido nada. Y ahora, al llegar a la orilla, se encuentran a Jesús, que les pregunta, con tono confidencial: Muchachos, ¿tenéis pescado? No, es su respuesta rotunda.
Y el Maestro se acerca y les indica: Echad la red al otro lado y encontraréis. Y casi no pueden sacar la barca. Es el milagro, que Jesús hace ante ellos, para mostrarle su poder, para hacerse presente como el Señor Resucitado.
Y después, comienza una escena primordial. El Maestro pregunta a Pedro, de forma directa, sin tapujos, de amigo a amigo, de confidente a confidente: ¿Pedro, me amas, más que estos? Sí, Señor. Es la afirmación rotunda del discípulo. Y Jesús le da una encomienda: Apacienta mi rebaño.
Pero el Maestro insiste en su demanda de amor y en su encomienda de pastoreo. Y aún una tercera vez. Y entonces, entristecido, derrotado de amor, el rudo Pedro afirma su amor por tercera vez, como queriendo borrar con confesiones de amor, las tres negaciones de la Pasión: Tú lo sabes todo, Señor, Tú sabes que te quiero… Y el Maestro, habiendo examinado en amor al discípulo más escogido, le encomienda: Apacienta mis ovejas. El Maestro y Señor, le confiere a Pedro el encargo de guiar a sus discípulos y apóstoles de la primera hora y a la Iglesia de todos los tiempos.
No fue aquel un examen de conocimientos, de las lecciones aprendidas a lo largo de aquella escuela itinerante que fue estar con el Maestro. Fue un examen de fe en el Señor, de amor como experiencia del perdón y la misericordia, de esperanza en la implantación del reino. Y Pedro, aprueba el examen.
Alfonso Crespo Hidalgo