Una larga historia de desencuentros. Así podríamos definir las relaciones entre Dios y los hombres, entre el Creador y su criatura. Dios siempre sale al encuentro de sus hijos, queriendo sellar una alianza de amistad, y ellos se olvidan de cumplirla. Dios, ante tanto desamor, revestido de misericordia, se hace el encontradizo para conducir al descarriado al redil de su amor. Dios «echa horas extras», buscando a sus hijos. ¡Dios sabe, como muchas madres, de largas vigilias, aguardando la vuelta de alguno de sus hijos!
Y Dios, amorosamente cansado de tanta alianza rota, promete por boca del profeta Jeremías una alianza nueva y definitiva: haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la que hice con vuestros padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos, aunque yo era su Señor, quebrantaron mi alianza… Esta será la alianza que haré con ellos: pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones: yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Esta alianza con deseos de eternidad, se grabará no el corazón de piedra del ser humano, sino en un corazón nuevo: Dios grabará su ley en un corazón de carne y firmará este nuevo pacto con la sangre de su propio Hijo. En Jesucristo, la alianza de Dios con su pueblo, con cada uno de sus hijos, se hace alianza eterna: Dios no falla, y Jesús, que nos representa a todos, tampoco. Como dice la carta a los hebreos: él aprendió sufriendo a obedecer… y se convirtió, para todos los que le obedecen, en autor de salvación eterna.
El sacrificio es el crisol por el que el amor se purifica y adquiere solera. Jesús lo expresa con una imagen sencilla pero profundamente gráfica: si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto. Jesús está explicando el sentido de su muerte ya próxima. No se trata de una muerte accidental. Él, entrega su vida por amor y obediencia a su Padre. Con su sangre derramada, Jesús, representado a todos los hombres, firma la alianza definitiva entre Dios y su pueblo, alcanzando su amor a todos nosotros. La Cruz es la mesa de altar en la que se firma este pacto. La Cruz es para el pagano un escándalo, y para el creyente un signo de atracción: de la Cruz pende la salvación del mundo.
El Evangelio anuncia la Cruz con esta frase: ¡Ha llegado la hora! Es la hora de la entrega generosa, del amor desbordado que se hace salvación. Desde la muerte de Cristo, reina la vida y brota la esperanza. La muerte, desde la Resurrección de Jesús, nunca tiene la última palabra. La alianza no puede ser rota porque tiene por valedores a Dios Padre y a su Hijo Jesucristo, ante la atenta mirada, como notario de amor, del Espíritu Santo. ¡Esta es la Buena Noticia!
Tuit de la semana: Soy parte de una Alianza, firmada con la sangre de Cristo: Dios es mi Padre y yo soy su hijo. ¿Soy fiel a esta alianza, viviendo como verdadero hijo de Dios?
Alfonso Crespo Hidalgo