¡Preparadle un camino al Señor!, grita una voz en el desierto. Adviento es un tiempo penitencial que nos invita a la conversión. Convertirse significa pasar de nuestras propias sendas al camino de Dios para encontrarme con Él, que viene a nuestro encuentro, como pregona el profeta Isaías.
El primer paso de la conversión es sentirme mirado por Dios. Sólo cuando nos sentimos mirados por Él podemos desenmascarar nuestro autoengaño y salir de la senda de nuestra mentira. Mi deseo de querer cambiar de vida, está movido por la acción previa de la iniciativa de Dios, que se fija en mí y me invita a seguir sus caminos.
Nos hemos acostumbrado a vivir en la autocomplacencia y la mediocridad, que ya es un pecado. Andamos por el desierto del egoísmo, y el ser humano que ha sido capaz de abrir caminos por el mar, el aire y las profundidades de la tierra, se ha sumido en el túnel de su propia negación y camina cabizbajo. Dios sale a nuestro rescate y, por la voz del profeta, grita: Consolad, consolad, a mi pueblo… Y señala la razón de tal consuelo: El Señor llega con su poder… como un pastor que reúne al rebaño, acogiendo sobre sus hombros a los corderillos más débiles. Es un Dios, del que san Pedro dice -y habla por experiencia- que tiene mucha paciencia con nosotros porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan y se salven.
Hay que preparar, pues los caminos del Señor. Por eso el evangelio de hoy nos dice con palabras del profeta: Yo envío mi mensajero delante de ti para preparar el camino. Juan Bautista se convierte así en embajador del Mesías, en eco de la Buena Noticia que se avecina. La figura de Juan, aquel que saltó de gozo en el vientre de Isabel cuando escuchó la voz de María, la Madre del Señor, salta ahora por los caminos, allanando valles, rebajando montañas, y anunciando: ¡Convertíos, porque detrás de mí viene uno al que no soy digno ni de desatarle las sandalias…! Yo os bautizo ahora con agua, pero Él os bautizará con Espíritu. La gracia del Espíritu transforma nuestro corazón de piedra en corazón de carne y nos convierte en hijos de Dios.
Cada cristiano, por su Bautismo, está llamado a ser santo: a pasar de sus sendas al camino de Dios, y convertirse en un profeta, como Juan Bautista, y anuncia en su entorno: familia, trabajo, amigos, que el Señor viene a salvarnos y no conviene distraernos, abusando de su infinita paciencia. Dios me regala la nueva oportunidad de una segunda conversión: de pasar de mis sendas en solitario a caminar cogido de su mano.
+Leyendo el Catecismo (n. 1428): «La llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia… Este esfuerzo de conversión no es solo una obra humana. Es el movimiento del corazón contrito, atraído y movido por la gracia a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero».
Tuit de la semana: ¡La paciencia todo lo alcanza! Dios es un Padre que espera con paciencia la vuelta de sus hijos: ¡esto es la conversión! ¿Estoy yo en el camino de vuelta?
Alfonso Crespo Hidalgo