La biografía humana de Jesús tiene dos puntos geográficos significativos: Belén, donde nace y Jerusalén, donde es crucificado.
Jesús nos trae una Buena Noticia: Dios, Padre de entrañas de misericordia, quiere salvar a todos los hombres. Y este mensaje, que resonó en la sencillez de Belén, será firmado con su propia sangre en el Calvario de Jerusalén. Todo se ha consumado, gritará en la cruz. O lo que es lo mismo: Padre, he cumplido tu voluntad.
Belén y Jerusalén, enmarcan la vida de Jesucristo entre nosotros. Pero de Belén a Jerusalén hay un largo camino. Un camino que no se cuenta por kilómetros, sino por hechos salvíficos del Señor. Cada paso de Jesús es una huella de Dios en medio de los hombres, en la vida de cada uno de sus hijos.
En el camino físico que recorre Jesús, hay paradas de honda raíz simbólica. Una de ellas es la estancia del Maestro con sus discípulos en Cafarnaúm. Cafarnaúm es la ciudad junto al lago, apacible, veraniega… sitio privilegiado. Pero como dice el profeta, habitada por las tinieblas del pecado. Éstas serán rotas por la luz mesiánica de la presencia salvadora de Jesús.
Y junto al lago de Galilea tendrán lugar encuentros maravillosos de Jesús con su pueblo. Junto al lago, Jesús se hace de un grupo de amigos, a los que invita a ser de los suyos, a seguirle por el camino hacia Jerusalén, anunciando la salvación a todos los pueblos. Es el inicio de una bella amistad… Así lo narra el Evangelio: Paseando junto al lago, vio a Pedro y a Andrés, le llamó con autoridad: Seguidme y os haré pescadores de hombres… La respuesta de los dos hermanos es contundente: Inmediatamente dejaron las redes y le siguieron…
Más adelante vio a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo. La misma propuesta, hecha con la firmeza del amor convencido: ¡Seguidme! Y la misma respuesta, aún más radical: ellos dejan las redes, la propia barca y la familia, incluso a su propio padre, y se fueron con él. Y se inicia un largo camino, en una escuela itinerante, enseñando en sinagogas y plazas y proclamando la cercanía del Reino de Dios.
Imaginemos el diálogo entre Jesús y los invitados a ser sus seguidores, el cruce de miradas entre el Maestro y los posibles discípulos y preguntémonos: ¿qué fuerza empujó a aquellos hombres rudos, con trabajo, incluso con bienes y familia, a dejándolo todo y seguir a Jesús? La respuesta es sencilla: la personalidad de Aquel que les ha invitado. Ellos descubrieron en la mirada de Jesús la profundidad de la llamada salvadora del Mesías Salvador.
A la mirada amorosa del Maestro contestaron los discípulos con la entrega desinteresada de su propia vida: se convirtieron en sus discípulos. Seguir a Jesús, el mejor Maestro, es comenzar a vivir una gran aventura, en la que está asegura un feliz final.
Alfonso Crespo Hidalgo