«Hasta el azahar de primavera oculta su olor…», canta el poeta describiendo el Viernes Santo. Cada primavera, nuestros pueblos se vuelven inquietos con la preparación de la Semana Santa, que luego vive con intensidad en sus primeros días. Pero, el viernes enmudece para acompañar la muerte del Hijo de Dios. Leemos con solemnidad la Pasión según san Juan, y quedamos en silencio, o mejor, quedamos mudos de estupor ante «la historia más grande jamás contada».
La piedad popular y la fe sencilla de nuestro pueblo, quiso expresar su agradecimiento a esta muerte de amor, muerte redentora de Jesús, sacando a hombros, como victorioso, a Aquel que nos había salvado. Y paseamos a Cristo en la Cena con los apóstoles; oímos el profundo grito de dolor del Huerto de los Olivos; le contemplamos ante Pilatos, Cautivo; con la Cruz a cuestas, Caído bajo el peso de la cruz; Cristo coronado de espinas, que llegará hasta la cumbre del Calvario. Cristo del Viernes Santo, yacente, muerto, en la soledad de un sepulcro, cerrado por la pesada piedra de nuestros pecados.
La sabiduría popular ha sabido unir al dolor del Hijo, el inmenso dolor de la Madre: una vieja tradición hace que el pueblo humilde y sencillo se acerque en la tarde el viernes y la mañana del sábado santo ante la imagen de María, vestida de luto riguroso, y ante sus lágrimas expresarle un sentido pésame. Ella, traspasada de amor, conserva en su corazón, en una película de imágenes, la pasión del Hijo.
En la lectura de la Pasión según san Juan, hay un momento en que el relato nos mira a nosotros. Cuando a Pedro se le pregunta: ¿No eres tú también de los suyos?… Él lo negó… Y así tres veces, hasta cantar el gallo. La lectura de la Pasión se hace larga si la escucho como espectador indolente o un curioso turista… Si estoy atento, como un discípulo «oyente de la palabra», iré interviniendo en el drama y mi corazón se estrechará para responder a la pregunta dirigida a Pedro: ¿Eres tú también de los suyos…?
También, nosotros podemos ser actores en este drama de la Pasión del mejor de los hombres. Podemos disponer nuestro corazón para correr en la mañana de Pascua hasta el sepulcro y ayudar a correr la pesada piedra que lo cierra. No necesitamos una fuerza extraordinaria porque tenemos en el corazón la secreta llave que abrirá esta losa: la luz de la Resurrección iluminará las sombras de muerte de este sepulcro… María, Señora de la Esperanza, compartirá con todos sus hijos, adoptados al pie de la Cruz, la alegría de la noticia en la mañana de Pascua.
Tuit del día: Por mi Bautismo participo en la muerte y la resurrección de Cristo. ¿Soy seguidor triste de un Cristo muerto o discípulo alegre del Resucitado?
Alfonso Crespo Hidalgo