«Sirvo o me sirvo», podría ser la pregunta de cada noche. El Evangelio de hoy recoge unas palabras, que como un epitafio, resumen el sentido de la vida de Jesús: No he venido para que me sirvan, sino para servir y a dar la vida en rescate por todos.
Normalmente al escuchar estas palabras, los cristianos solemos pensar en el sacrificio último realizado por el Hijo de Dios en el Calvario, olvidando que el gesto que culminó en la Cruz se engendró a lo largo de toda una vida de entrega y servicio. En realidad, la muerte de Jesús no fue sino una culminación de un «desvivirse» constante a lo largo de los años. Día tras día, fue entregando sus fuerzas, su juventud, sus energías, su tiempo, su esperanza, su amor. La Cruz, fue el mejor sello, la garantía, de una vida de servicio total a los hombres.
Los cristianos somos, seguidores de Alguien que ha dado su vida por los demás. Esto no significa necesariamente que se nos vaya a pedir que tengamos que sacrificar nuestra vida para salvar la del otro en un gesto único como puede ser el martirio: esta es la experiencia de tantos misioneros. Pero sí es una llamada a entender nuestro vivir diario como un servicio a los demás, un «desvivirse por el hermano».
Lo más precioso que tenemos y lo más grande que podemos dar es nuestra propia vida; dar con generosidad lo que está vivo en nosotros: nuestra alegría, nuestra fe, nuestra ternura, nuestra confianza, la esperanza que nos sostiene y nos anima desde dentro, la caridad que se invita a compartir bienes.
Tal vez sea éste el secreto más importante de la vida y el más ignorado: Vivimos intensamente la vida sólo cuando la regalamos. Sólo se puede vivir cuando se hace vivir a los otros, cuando nos desvivimos por ellos.
El problema de muchas personas, hoy, es que a veces no saben qué hacer con la vida. Han trabajado incansablemente, han logrado casi todo lo que se han propuesto, han alcanzado éxito allí donde lo han buscado, pero siguen insatisfechos: lo tienen todo, pero les falta vida. Su existencia solo ha sido escapar, acumular, competir, dominar. Pero no entienden nada de lo que es dar y por lo tanto, nada saben de enriquecer, liberar y salvar la vida de los demás.
Los últimos mártires, casi siempre misioneros, son una llamada urgente a tomarnos en serio la advertencia de Jesús: sólo quien da su vida por los demás, la gana para siempre: solo quien se «desvive» sabe vivir.