Jesús, el Maestro, usa una pedagogía provocadora. No se andaba por las ramas a la hora de cumplir su misión: No escatima esfuerzos y no le importa quedar bien, buscando el aplauso fácil. Incluso, a veces, sus palabras provocan el escándalo. Jesús casi escandaliza cuando lanza a sus atónitos interlocutores la siguiente andanada: Los pecadores y las prostitutas os llevan delantera en el camino del Reino. ¡Qué provocación! pensarían entonces… pensamos nosotros, ahora.
El Maestro se dirigía a gente buena, al menos que «se creía buena»: sumos sacerdotes, fariseos, señores de la ley, los que siempre andaban en el templo. Jesús explica su afirmación con un ejemplo, una parábola de las suyas: Un hombre tenía dos hijos. El primero, aparentemente rebelde, pero en el fondo obediente, arrepintiéndose de su pecado y expresando su amor a su padre siguiendo sus mandatos; el otro, parece ser que era «el bueno», aunque en el fondo era, como suele decirse, un «suavón»: uno de esos que siempre dice sí, pero que luego hace lo que le da la gana. Jesús quiere expresar que no basta con las apariencias. Y llama la atención sobre aquellos que refugiados en el templo se creen ya salvados.
Llevemos esta parábola a la vida de nuestras comunidades: en toda comunidad o parroquia solemos, muchas veces, estar los de siempre, los «oficialmente buenos», que no somos malos pero que nos anclamos en una vida mediocre… sin entregarnos del todo. Dios está continuamente invitándonos a trabajar seriamente en su viña y nosotros estamos continuamente respondiendo «mañana»; no somos desobedientes del todo, pero no obedecemos con entusiasmo a la llamada del Espíritu.
Y de pronto surge gente nueva, gente que descubre la fe y que quiere entregarse con valentía… aunque su vida haya sido de pecado. Y, con frecuencia «los de siempre, los buenos oficiales» nos sentimos interpelados y hacemos lo imposible por excluir a los nuevos de la vida de la comunidad: no soportamos que alguien venga de fuera y nos diga que se puede ser mejor.
Es un buen momento para que reflexionemos sobre la calidad de nuestra comunidad, de nuestra parroquia: ¿es una comunidad que se alegra con el que llega, aunque sea pecador arrepentido? ¿Es una casa de puertas abiertas que sale al encuentro del que llega, le acoge y le pone en el mejor sitio?
San Pablo le pide a los filipenses unas actitudes básicas para crear una auténtica comunidad cristiana, una auténtica parroquia: Manteneos unánimes y concordes, con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por envidia ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerar siempre superiores a los demás. Es un buen programa para convivir. Y nos resume el apóstol: Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.
El papa Francisco nos habla frecuentemente de una «Iglesia en salida», de hacer de la Iglesia «un hospital de campaña»: con una pedagogía provocadora, nos está invitando a no contentarnos con «contar los buenos de casa», sino a salir a los caminos y acoger a todo el que quiera sentarse a nuestra mesa.