Hay fiestas que se entrecruzan y se confunden. La conmemoración de los fieles difuntos va unida a la fiesta de Todos los Santos, que celebrábamos ayer. Esta es una fiesta de alegría y gloria. Sin embargo, al unir la tradición a esta festividad la conmemoración de Todos los fieles difuntos, a veces la tristeza que invade el recuerdo de las personas que nos faltan hace que convirtamos en muerte, lo que es un canto a la vida.
Cuando los cristianos rezamos por los difuntos, lo hacemos al Señor de la vida: no creemos en la muerte como el final de todo, sino en la muerte como «paso para la vida eterna». Los primeros cristianos consideraban la muerte como el «definitivo nacimiento». La fiesta de muchos santos coincide con la fecha de su muerte, como un nacimiento definitivo a la vida.
Jesús, en la intimidad de la despedida de sus apóstoles, estando cerca la hora de su muerte, les va abriendo el corazón. Son capítulos del evangelio de Juan (del 13 al 17) en los que el Maestro hace recapitulación de lo vivido con ellos, queriéndole dejar en síntesis lo mejor de sus enseñanzas. En estos capítulos del evangelio de Juan, se encuentran las páginas más bellas del mensaje de Jesús: son como el testamento del Maestro, la confidencia última del Amigo.
El gesto que abre estos capítulos es el signo del lavatorio de los pies, como antesala y anuncio de su Pasión. Luego, en un momento de confidencia les confiesa: uno me va a traicionar. Y en seguida les deja una consigna que cambie el egoísmo de Judas en amor desbordante: Sólo un mandamiento os dejo: Amaos unos a otros. Y a reglón seguido predice la negación de Pedro.
En este clima de confidencia, Jesús exclama: No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas… Yo voy a prepararos una. Luego volveré por vosotros, para que estéis conmigo… A donde yo voy, ya sabéis el camino. Pero el sesudo Tomás pregunta: Señor, no sabemos a dónde va, ¿cómo podemos saber el camino? Y Jesús, con benevolencia responde al discípulo: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Tomás, aprende: El camino es una persona.
A lo largo de la Historia de la Salvación, los caminos de Dios y de los hombres han sido muchas veces «caminos paralelos». Dios sale al Camino de la vida para llevar de la mano al pueblo, y guiarlo en la Verdad para conducirlo hasta la Tierra Prometida, que es Vida Eterna. Pero el pueblo se suelta de la mano y se pierde en sus propios caminos, en sus mentiras y en su muerte. Pero Dios no abandona a su pueblo, sino que fiel a su promesa, les envía a su propio Hijo como camino de salvación: siguiéndole a Él, tenemos asegurada la meta: la casa común del Padre Dios. Allí nos espera y nos ha preparado posada.
Si morimos en el Señor, resucitaremos con Él, afirma el apóstol Pablo. Esto nos hincha de esperanza. Y convierte el Día de los difuntos en un canto de alegría.