AGUA, LUZ… Y VIDA. En los dos domingos anteriores, se nos ha hablado del agua que salta hasta la vida eterna, ofrecida a la samaritana, y de la luz de los ojos recuperada por el ciego, que le hace confesar su fe en Jesús como Mesías Salvador. Agua y luz son signos de vida. Hoy, el evangelio nos habla de la misma vida. Yo soy la Resurrección y la vida, dice el Señor. Agua, luz y vida, signos de una catequesis de iniciación a la fe, que culmina en la aceptación del Bautismo.
El evangelio nos muestra una escena peculiar: un enfermo que se está muriendo, su nombre es Lázaro. Es hermano de Marta y María, amigos de Jesús, que vivían en Betania. Como en toda familia, ante la enfermedad se avisa a los familiares y amigos. Jesús es avisado por las dos hermanas: Tu amigo, Lázaro está enfermo. Es una invitación sutil para que venga.
Jesús se pone en marcha con calma. Aprovechará el camino hasta Betania para impartir otra catequesis a sus discípulos. Les advierte: Esta enfermedad no terminará en muerte sino que servirá para gloria de Dios. Pero recibe la noticia de la muerte del amigo y los discípulos se sorprenden. Cuando están llegando a la aldea, Marta, la activa Marta, sale a su encuentro con un cierto reproche: ¡Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto..! Pero aún así, se que lo que pidas a Dios te lo concederá. Jesús responde: ¡Tu hermano resucitará! Marta, desafiante y herida por la aparente ausencia del amigo, responde: Sé que resucitará en el último día… Y Jesús le responde, mirándola con cariño y autoridad: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mi no morirá. ¿Crees tú esto, Marta? La mujer, vencida por el amor del Maestro confiesa: Si, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo… Llega también María, la otra hermana, con el mismo reproche: Si hubieras estado aquí…
Jesús se pone en camino hasta la tumba del amigo. Al llegar se echó a llorar. Los dolientes atentos, exclaman: ¡Cómo le quería! Y comienza el chismorreo: Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera? Jesús manda correr la losa del sepulcro y después de orar a su Padre Dios, con voz amiga y enérgica grita: Lázaro, sal afuera… y el muerto se muestra ante ellos, dejando las vendas y el sudario.
El milagro más espectacular, la resurrección del amigo, ha sido presenciado por muchos. Y esto ha provocado su fe: Muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él… Pero el milagro comenzó ya en el corazón de Marta y María, que tenían fe en que el amigo podía resucitar al amigo. Jesús pone la fe como barrera entre la vida y la muerte. La muerte aparente es vencida con la fe profesada en el Hijo de Dios. Ahora se comprende el desafío de Jesús, al afirmar: Yo soy la Resurrección y la vida… quien cree en mí, no morirá para siempre.
Estamos a las puertas de la Semana Santa. En ella se realizará el milagro definitivo: Dios resucita a Jesús de entre los muertos. Y desde esta Resurrección, el hombre tiene esperanza de vida eterna. Y la pregunta se dirige ahora a nosotros: ¿Crees tú esto?
Alfonso Crespo Hidalgo