«Sin mí, no podéis hacer nada», sentencia el Señor. Y como Maestro nos lo explica con una bella imagen: la parábola de la vid y los sarmientos. Una viña es un paisaje familiar y el vino un compañero alegre de nuestra cultura mediterránea.
La parábola comienza con una afirmación contundente: Yo soy la vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto, lo poda, para que dé más fruto… Todos los que le oían, han traído ya a su imaginación el paisaje de la viña, pero aún se sienten fuera de la parábola: una vid, un labrador, unos sarmientos que dan o no fruto… ¿Y yo?
La parábola se concreta: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante… el que no permanece en mí, lo tiran fuera, como el sarmiento que se seca… lo echan al fuego y arde… Aquí entro yo en escena: puedo ser un sarmiento unido a la vid, y dar fruto abundante; pero, también, puedo ser un sarmiento suelto de la vid, que se seca y vive bajo la amenaza de ser usado para encender una candela.
La enseñanza de la parábola va brotando y se concreta en una frase del imaginario cristiano: Sin mí, no podéis hacer nada. Se trata de tomar conciencia de dónde está la verdadera fuerza de mi vida: no en el esplendor momentáneo de un sarmiento llevo de uvas, sino en la fortaleza de la vid que le da la savia necesaria para dar su fruto. Mi vida, si está enraizada en el Señor, si «permanece en Él», recibirá fuerza para dar un fruto abundante; aunque tenga que soportar la poda de la corrección, de la incomprensión, del aparente fracaso… poda que, al eliminar ramas secas, vitaliza el tronco de mi vida. Si mi vida se ha desprendido de la cepa, si «no permanece en Él», podrá resistir un tiempo breve de esplendor, pero terminará secándose… y sólo servirá para ser quemada.
¿Y cuál es el fruto que daremos si permanecemos unidos a la vid? Frutos de amor… Pero ¿cómo amar para dar un fruto abundante? San Juan lo explica en su primera carta: hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras… Y nos da una razón: Dios es mayor que nuestro corazón y lo conoce todo.
El libro de los Hechos de los apóstoles, narra los primeros frutos de la evangelización; a través de la actividad de los apóstoles y de Pablo la comunidad se fortalece y se multiplica: la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en el temor del Señor, y se multiplicaba con el consuelo del Espíritu Santo. Son frutos insospechados… el secreto está en permanecer unidos a la verdadera vid, el Señor.
Tuit de la semana: Cristo es la vid y nosotros sus sarmientos: de él, viene nuestra fuerza. ¿Lucho, a pesar de las pruebas de la vida, por permanecer unido a Él?
Alfonso Crespo Hidalgo