Todo parece un cuento. Casi nos suena a leyenda oriental: una estrella revela a unos Magos que «¡ha nacido el Salvador!». Luego, la piedad popular ha completado la escena. Los Magos son tres: uno blanco, otro amarillo y otro negro ¡Qué colorido! Es una profecía del mosaico de las razas humanas. Todas, ya desde el inicio están invitados a contemplar al recién nacido Hijo de Dios, al Mesías Salvador. Los pastores acaban de irse. Qué maravilla de nacimiento: ¡sin exclusivas publicitarias!
Estos tres personajes, con sus dones y sus pajes, parecen desentonar con el contexto de pobreza en que se expresa la Navidad. Pero no. Los Magos, con su adoración solemne y grandes honores, descubren al Dios que se esconde en el Niño Jesús. A ellos se ha manifestado primero el Señor, pero ellos mismos son ya una manifestación de Cristo Salvador: Dios quiere mostrar a su Hijo a todos los hombres, de todas las razas.
Estos Mayos, reyes con poder y dinero, no se asombran ante el cuadro encontrado: una mujer con un Niño, y de cuna un pesebre. Ellos superando kilómetros y tiranos como Herodes, superan sus propios criterios y quedan rendidos ante el pobre de Belén. En representación de todos los que a lo largo de los tiempos buscarán al Señor, ellos «le contemplan admirados»: es el asombro de la fe.
El encuentro con el Mesías se hace ofrenda de agradecimiento: «le llevaron oro, incienso y mirra». Siempre hemos pensado que el oro es para amontonarlo y estamos acostumbrados a ver correr a la gente detrás de él, y nunca se nos ocurrió que alguien pudiera correr detrás de una estrella para depositar todo el oro que se tiene a los pies de un Niño pobre, en un pesebre. Y el incienso, que suena a divino, es sólo ofrenda para Dios, pero a veces lo convertimos en droga que se nos sube a la cabeza y bajo su efecto empezamos a ver a todos como si fueran inferiores. No se puede absorber el incienso, ni se puede echar a los demás, porque les sucedería lo mismo. El incienso hay que depositarlo, como olor agradable, sólo a los pies de Dios. También le ofrecieron mirra, un perfume oriental que significa fiesta y alegría, pero también humanidad. La mirra significa la alegría que tuvieron al ver «el rostro del Mesías» en el rostro humano de un Niño..
Estamos llamados a llevar al portal de Belén nuestros obsequios, como los Reyes. Os invito a llevar el oro de nuestra existencia, o sea la libertad de seguirlo por amor respondiendo fielmente a su llamada; a elevar hacia Él el incienso de nuestra oración ardiente, para alabanza de su gloria; a ofrecerle la mirra, es decir el afecto lleno de gratitud hacia Él, verdadero Hombre, que nos ha amado hasta morir… Adoremos en el Niño Dios al Único Dios verdadero, rechazando cualquier idolatría.
Cada uno tenemos una estrella que nos guía a través de la noche de los sentidos a la claridad de la aurora de la fe. Dios no deja a nadie sin su Epifanía, sin su manifestación, con signos como estrellas, que son besos divinos. No es un cuento, es verdad: ¡Que hablen las estrellas!