Emaús es una aldea pequeña, a escasos kilómetros de Jerusalén. Quizás una aldea cuyo nombre se hubiera perdido en el tiempo si no hubiese dado nombre a uno de los episodios más entrañables de la vida de Jesucristo, el Señor.
Hacia Emaús, se encaminan dos hombres sencillos y anónimos. Son unos ciudadanos más, que han vivido aquellos acontecimientos excepcionales del viernes anterior, en el que había muerto en la cruz un hombre justo, un tal Jesús de Nazaret. Ellos pertenecían a su grupo. Incluso vivieron ilusionados con su proyecto: creían que era el Mesías y que iba a restaurar el Reino de Dios… Pero, he aquí que el viernes le crucificaron y hoy, lunes, todo son sombras y sólo recuerdos repletos de desilusión y cierto amargor. Y emprenden el camino de Emaús, un camino de huída entre la añoranza y la desilusión, entre el recuerdo y cierta amargura.
Aunque van caminando juntos, sólo son dos soledades acompañadas… una tristeza compartida. Pero alguien se les acerca y se pone a caminar con ellos. Y les interroga: “¿de qué habláis?” Ellos, le reprochan que no sepa nada de la noticia de portada de la semana: “Jesús, el profeta de Nazaret, ha sido ajusticiado en la cruz”. Y desahogan su estado de ánimo: Nosotros esperábamos que El resucitaría… Pero hace ya tres días…
Y para su sorpresa, el tercer caminante toma la iniciativa del diálogo y le brinda unas claves para comprender lo sucedido: les explica las Escrituras y les abre el corazón a la comprensión del mensaje. Ellos, pasan de la desilusión al asombro, de la curiosidad a la inquietud. Quieren seguir con el diálogo; algo les dice que aquel desconocido tiene la llave de interpretación del misterio que ellos no comprenden. Y le suplican: ¡Quédate con nosotros, que la tarde va cayendo! Y el compañero anónimo acepta. La soledad de los dos discípulos se abre a la compañía del desconocido y se produce el milagro: al compartir la mesa y el pan… ellos reconocen el gesto grandioso de la Última Cena. Aquel que está con ellos, es el Señor… le reconocieron al partir el pan.
La visita del Señor Resucitado les ha transformado: no son los cobardes que huyen sino hombres nuevos que inician un «camino de vuelta», llenos de esperanza para dar la Buena Noticia a los apóstoles: Es verdad, ha resucitado el Señor… Hemos comido con Él.
La Resurrección convierte la vida de cada uno de nosotros en un camino de vuelta de Emaús: camino de ilusión y esperanza, de fe y alegría, celebrado en la mesa de la Eucaristía. En nuestra vida, muchas veces, Jesús Resucitado se acerca a nuestra debilidad como un caminante anónimo que dialoga y comparte mesa y mantel, nos explica las Escrituras y se nos ofrece como alimento de vida eterna. Emaús es siempre un «camino de vuelta» a la esperanza.