Y vosotros ¿quién decís que soy Yo? La pregunta es directa y sugestiva. Jesús, después de un tiempo conviviendo con sus discípulos les pregunta qué piensan de Él. Jesús, el Maestro, como buen pedagogo, comienza preguntando de forma indirecta: ¿Quién dice la gente que soy yo? Y los apóstoles responden con respuestas indefinidas: Unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías, o Jeremías, o acaso otro profeta… Pero Jesús sondea en profundidad a sus amigos y les lanza a la cara una pregunta inquietante: ¿Y vosotros, quién decís que soy Yo? No caben las evasiones, ni irse por las ramas. Es una pregunta directa que tan sólo acepta respuestas sinceras. Es como preguntarles: ¿Quién soy yo para vosotros?
Y salta Pedro, el amigo, el que negó tres veces y el que dudó en el agua, pero el que ama sin condiciones. Y su respuesta es clara, como una confesión de amor: ¡Tú eres el Hijo de Dios vivo! Es la respuesta acertada: quien puede hacer esta afirmación está en los cimientos de la fe, en la clave de las enseñanzas del Maestro. Quien puede responder así, ha entendido y aceptado la Buena Noticia del Salvador. Dios se ha hecho hombre como nosotros y comparte nuestra historia: ¡Dios, en Jesucristo se hace de los nuestros!
Jesús premia la confesión de Pedro con un encargo grandioso: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…; tú, Pedro, serás la roca que sostenga los cimientos de mi gran obra, el piloto que dirija la nave de la Iglesia para que lleve a los hombres al Reino. Y nadie podrá contigo, porque yo estaré a tu lado: Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos…
La fe no es creer en una serie de verdades, o aprenderse de memoria unos mandamientos. Tener fe es encontrarse con alguien, confiar ciegamente en él y estar dispuesto dar la vida por seguirle. La Iglesia, guiada por los sucesores de Pedro, nos afianzan en esta fe y nos sigue proponiendo la pregunta: ¿Quién es Jesucristo para ti? El papa Francisco, recogiendo una hermosa definición de su predecesor, Benedicto XVI, nos ha dejado una bella reflexión sobre la fe: «No me cansaré de repetir aquellas palabras de Benedicto XVI que nos llevan al centro del Evangelio: No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con un Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».
En esta mañana de un domingo de agosto, quizás en la relativa tranquilidad de unas vacaciones, podemos recogernos en nuestro interior y sentir la mirada de Jesús que nos dirige la misma pregunta: ¿Y tú, quién dices que soy Yo? O, aún más directo: ¡Quién soy yo para ti? ¿Qué lugar ocupo en tu vida? No valen respuestas de memoria arrancadas al viejo Catecismo, respuestas ensayadas por otros.
Jesús nos lanza una pregunta directa, llena de amor, que tan sólo soporta una respuesta desde el amor, con el corazón en la mano: ¡Tú eres el Hijo de Dios vivo! Tú eres tan importante en mi vida, Señor, que sin ti no la entendería.
Alfonso Crespo Hidalgo