No tengamos dudas: el Señor paga con creces. Siempre. Lo que hacemos por los demás, no queda sin recompensa. Nunca. Una palabra de consuelo, tiene premio. Un apretón de manos no es un gesto inútil. Un vaso de agua a quien tiene sed, no es una acción baladí. Ceder el asiento en el autobús a otra persona conlleva recompensa. Porque todo, hasta lo más insignificante que hacemos con los demás es tenido en cuenta por Él.
Una hermosa manera de practicar la caridad es saber callarnos cuando tenemos que opinar sobre alguien al que le vemos lleno de defectos. ¿Quiénes somos