Nos cuesta comprender que lo que tenemos son dones, muchos o pocos, que Dios ha puesto en nuestras manos para que los administremos correctamente. No son nuestros en exclusiva, sino que tenemos la obligación moral de contribuir con ellos al bien común. No es justo que veamos pasar ante nuestros ojos las miserias humanas, también espirituales, de los demás sin hacer nada por remediarlo. Al final de los tiempos seremos examinados de amor.
Aunque duela, aunque conlleve sufrimiento y menosprecio, lo correcto es ir con la verdad por delante. Mostrarnos a los demás como realmente somos. No fingir.