Nos falta la inocencia de los niños pequeños, la humildad de las gentes más sencillas, el desprendimiento de los que nada tienen ni desean. Nos sobra arrogancia, soberbia y egoísmo. Nos reconocemos a nosotros mismos como los mejores. Por ello no entendemos tantas cosas que Tú, Señor, solamente revelas a los que se despojan de sus vanidades. Danos, Señor, un poco de esa sencillez que necesitamos para poder entender mejor lo que quieres decirnos personalmente.
El Señor nos envía a cada uno de nosotros su Espíritu, no parece hacernos iguales en todo, sino para guiarnos de forma individual. Con nuestras