No puede llamarse caridad si lo que hacemos a los demás es para satisfacer nuestros propios deseos, intereses o afinidades sintiéndonos tranquilos echando una mano a los demás. Cuando se practica la caridad cristiana se siente que cuesta mucho hacerlo, que no nos resulta fácil porque en nuestro interior, incluso en el exterior de nosotros, se producen chasquidos y roturas. Pero la caridad auténtica es eso: entrega, aunque duela.
Cuando se ama como Cristo quiere que amemos a los demás, el corazón siente un deseo permanente de hacer obras buenas. Por eso los creyentes