Resulta muy fácil escabullirse entre las mentiras, las medias verdades y los silencios cómplices. Porque, a menudo por no decir siempre, decir la verdad conlleva costes de todo tipo: enfados, enemistades humanas, incomprensiones, perjuicios de todo tipo y hasta rechazos y condenas. Pero si realmente buscamos hacer el bien, que es para lo que hemos sido llamados, estamos obligados a decir la verdad en todo tiempo y lugar. Con respeto, con caridad.
Se nos ha dado la fe no para que la tengamos como cosa propia, uso particular y gozo personal, sino para que las transmitamos a