
Si yo no cambio, no cambiará nada. Hay algo que los hombres y mujeres de hoy queremos ingenuamente olvidar una y otra vez: sin una transformación interior, sin un esfuerzo real de cambio de actitud, no es posible crear una sociedad nueva.
Hemos de valorar, sin duda, muy positivamente, todos los intentos de ayudar, ennoblecer y dignificar al hombre desde fuera. Pero, las estructuras, las instituciones, los pactos y los programas políticos no cambian ni mejoran automáticamente al hombre.
Es inútil lanzar consignas políticas de cambio social si los que gobiernan el país, los que dirigen la vida pública y todos los ciudadanos en general -todos nosotros-, no hacemos un esfuerzo personal para cambiar nuestras posturas. No hay ningún camino secreto que nos pueda conducir a una transformación y mejora social, dispensándonos de una conversión personal.
Los pecados colectivos, el deterioro moral de nuestra sociedad, el mal encarnado en tantas estructuras e instituciones, la injusticia presente en el funcionamiento de la vida social, se deben concretamente a factores diversos, pero tienen, en definitiva, una fuente y un origen último: el corazón de las personas.
Las maldades salen del interior del hombre: esta sabia advertencia de Jesús tiene actualidad también hoy, en una sociedad tan compleja y organizada como la nuestra. Los robos, los homicidios, los adulterios, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, la envidia, la difamación de las redes sociales, el orgullo, la frivolidad, que de tantas maneras toman cuerpo en las costumbres, modas, instituciones y estructuras de nuestra sociedad, salen de dentro del corazón. Es difícil erradicar estos males si no nos revestimos de un corazón nuevo.
Reiteradamente, el debate educativo marca la vida social. Unos abogan por una mayor disciplina. La mera disciplina, sin más, no cambia la educación: es necesario armarnos de nuevos valores, que nazcan de un corazón nuevo. Igualmente, es difícil conseguir una sociedad más igualitaria a base de leyes cambiantes, sin reconvertir nuestros corazones a posturas de mayor justicia social con los más oprimidos por la crisis económica. La solidaridad brota de dentro del corazón. También es una cierta ingenuidad creer que la paz llegará con medidas policiales, acciones represivas, negociaciones o pactos estratégicos, si no brota del corazón una actitud sincera de diálogo, revisión de posturas y búsqueda leal de vías políticas.
¿Puede cambiar mucho las cosas si cada uno de nosotros cambiamos tan poco? Se trata de «dar la vuelta al corazón». Para el creyente la conversión personal es el primer escalón de cualquier cambio de la sociedad. Sólo quien es bueno puede hacer una sociedad mejor.