
La soledad es «el otro cáncer moderno». Se ha convertido en el mayor enemigo del nuestros días, la plaga más sutilmente extendida y mejor disimulada. Nunca el hombre ha estado ni tan junto ni tan sólo; nunca ha estado mejor comunicado pero nunca se ha sentido menos escuchado.
El ser humano ha nacido para vivir en comunidad: No es bueno que el hombre esté solo, se dijo Dios para sí y nos creó hombre y mujer, y nos invitó a procrear, a fundar una familia. Experiencias vitales como la amistad, el enamoramiento, la paternidad, sentirnos hijos, son experiencias de relación que están marcadas en lo profundo de nuestro biografía personal.
Buscando un ejemplo a la Gramática, podemos decir «yo», porque existe un «tú»; y su relación hace posible pronunciar el plural: «nosotros». El hombre toma conciencia de quién es, se construye como persona humana cuando se puede relacionar con otro. Y en este deseo de relación tampoco el hombre es original: es simplemente una imagen clara de Dios.
De Dios solemos decir que es «Amor», y proclamar que Dios es Amor es denunciar la soledad. Porque el amor, si es auténtico necesita expresarse en relación amorosa. Dios es Uno pero no soledad. Dios es Padre, Hijo y Espíritu: «tres personas distintas y un solo Dios verdadero», aprendimos en el Catecismo.
Ni Dios ha querido estar solo. El misterio trinitario es un misterio de relación. La Unidad de Dios se desborda en relaciones amorosas que nos revelan a Dios como un Padre que nos envía a su Hijo para estar con nosotros y de cuyo amor mutuo podemos entrever la fuerza del Espíritu. Es el misterio de la Santísima Trinidad que conmemoramos hoy.
Normalmente vivimos en la superficie. Pero cuando ahondamos en nuestras experiencias, vemos que todo es distinto: lo normal en el hombre no es la soledad. El hombre si es imagen de Dios, y así lo creemos los cristianos, tiene que ser imagen del Dios Amor, del Dios que es relación amorosa.
Somos sus hijos, y por ello nos identificamos con una señal trinitaria: «en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu». Esta imagen de Dios en nosotros, nos empuja a crear un mundo nuevo: un mundo de amor, un entramado de relaciones que conviertan todas las soledades en una comunidad de hermanos.
Hoy Dios nos trasmite una gran noticia: ¡nadie está solo!