
El Evangelio es de una sencillez pasmosa. Jesús, un Maestro enamorado de sus discípulos, les va dando con paciencia divina las grandes enseñanzas de su mensaje. Por eso el Evangelio está al alcance de todos. No es un libro para listos y entendidos, sino para gente de corazón abierto que quiere ser discípulo de Jesús y aprender su doctrina.
Hoy Jesús compara el Reino de Dios con un banquete de bodas. Y curiosamente, siendo un banquete gratis, al organizador le sobran mesas, le quedan muchos sitios vacíos. Por lo regular en nuestras bodas es al revés: siempre falta sitio y todos tenemos que ir cambiando de silla para dejar espacio a los que van llegando, ante la angustia de los novios y padrinos que pueden quedar en ridículo.
Sin embargo en este banquete que organiza Dios sobra sitio. Pero el organizador no se asusta, sino que da una orden a sus criados: ¡salid a los caminos y traer a todos los que encontréis sean de la condición que sean! Y la sala del banquete se llenó. Eso sí, de invitados extraños: vagabundos, mendigos, enfermos, abandonados de sus familias, niños solitarios…
Pero surge un problema: entre los que estaban sentados a las mesas, uno no tenía traje de fiesta. El señor del banquete mandó que se le echara fuera, después de recriminarle su falta de preparación: atreverse a ir sin el vestido adecuado. Nos extraña esta actitud y podríamos pensar: Señor, si se trata de llenar la sala no seas tan exigente con los comensales.
Podemos entender mejor esta enseñanza de Jesús, si ponemos un ejemplo. En nuestra Parroquia hay cada domingo un Banquete organizado por el Señor: es el Banquete de la Eucaristía, fiesta del Señor. Todos los cristianos estamos invitados. Podríamos pensar que este banquete va dirigido a los buenos y entendidos que hemos tenido la suerte de conocer a Jesús. Sin embargo, siendo el Señor Dios quien invita, en esta mesa del banquete dominical suele haber sitios vacíos… quizás demasiados.
Es el momento de salir a los caminos e invitar a otra gente: necesitamos decirle a todos los hombres que la Iglesia no es cosa de los otros, de los ricos o de los sabihondos… y que Dios les invita a su fiesta. Las puertas están abiertas para todos. La Iglesia y la Eucaristía no excluyen a nadie que no quiera autoexcluirse. Eso sí, Dios exige un vestido de fiesta para entrar. Pero Dios no ve la etiqueta externa del vestido, si es «made in Italia» o su precio tiene muchos ceros. Dios ve lo profundo del corazón y exige un vestido interior de la más alta calidad: un vestido «made in Amor a Dios y al prójimo». Y este vestido no se compra. El amor de Dios es gracia y se recibe gratis, comprometiéndonos a devolverlo amando a los hermanos.