Nadie está libre de la tentación. Hemos abierto el camino de la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza. La Iglesia en su condición de Madre y Maestra nos va guiando por las sendas de la vida ayudándonos a ser más santos. Con su sabia pedagogía nos pone delante de los ojos y del corazón este tiempo de Cuaresma, preparación para la Pascua.
Pero a veces el camino hacia la santidad tiene dificultades; surgen conflictos que nos hacen detenernos en el borde del camino, incluso a veces con ganas profundas de tirar la toalla y dejarnos morir al desaliento, rehuyendo el tener que comenzar de nuevo. Es la tentación.
Conviene que descubramos en el relato ejemplar del Evangelio de hoy una serie de verdades profundas. Es una de las páginas densas del Evangelio.
El mismo Jesús, en su condición humana, fue tentado. El Señor, sufrió la tentación del maligno. Y otro evangelista nos resalta que fue tentado por tres veces. Es pues natural que si fue tentado el Maestro, lo sean también sus discípulos.
Pero la tentación no es ya el pecado. Jesús fue tentado, pero no sucumbió a la tentación: no pecó, sino que aparto la tentación y no cedió a ella, a pesar de que la sabiduría del maligno revistió la tentación apetitosamente, con tres suculentas seducciones: el placer -en este caso la comida-, el poder y el prestigio.
Y el mismo Jesús nos deja ya una pedagogía ejemplar para vencer la tentación, un remedio eficaz para no sucumbir: la tentación hay que rechazarla de plano, sumando a nuestra razón la fuerza de nuestra voluntad. Quien se recrea en la tentación, aunque sea brevemente y con excusas adecuadas, acaba sumergiéndose en el pecado.
Parece anticuado, hoy, hablar de tentación y pecado. Sin embargo, si lanzamos una mirada sincera y sin prejuiciosa nuestro alrededor, la queja de la mayoría de los humanos hoy no es sino una queja de la abundancia del pecado. ¿No es pecado el egoísmo, el despilfarro, la corrupción, el desencanto político, la indefensión en que se encuentra el obrero, el paro de tantos, la desconfianza mutua, el maltrato de niños, el abandono de ancianos, la violencia sexual, la intransigencia educativa, el desnorte de la juventud…y todo ese largo etcétera que son portada de tantos periódicos y noticia de muchos telediarios?
Pero el cristiano no puede ser nunca catastrofista. El creyente mirando a Jesús, descubre que es más fuerte la gracia que el pecado. Toda tentación puede ser vencida, aunque se camufle con mil disfraces. Porque Dios ha vencido el pecado, y nos llama a la libertad de la gracia.