«La vida está tejida de luces y sombras». Así, es la vida. El pueblo de Israel, en su larga historia de amor y desamor hacia Dios, vive momentos de luz y de sombras. Coinciden con la cercanía y unión con Dios o con la separación y lejanía de la casa del Padre. El profeta Jeremías anuncia un tiempo de luz, porque Dios convocará a su pueblo: Entre ellos habrá ciegos y cojos, lo mismo preñadas que paridas: volverá una enorme multitud. Vendrán todos llorando y los guiaré entre consuelos: los llevaré a torrentes de agua, por camino llano, sin tropiezos. Yo seré un padre para Isael… Esta profecía nos muestra el rostro misericordioso Dios. Es la experiencia del pueblo, sin exclusiones, que vuelve del destierro; allí marchó, llorando, entre tinieblas, y ahora es guiado, entre consuelos, a la tierra prometida. La experiencia de salir de la tiniebla a la luz, hace gritar al salmista: ¡El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres!
La tiniebla es una condición externa al hombre: la falta de luz exterior, hace que todos seamos ciegos, aunque tengamos la capacidad de ver. Hoy, nuestro mundo vive una especie de tiniebla ambiental, como una niebla baja que impide ver lo bueno, resaltar los valores que dignifican a las personas; se esconde el Evangelio, que aparece como una bruma del pasado. Ya Jesús previno que los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz. Pero esta tiniebla ambiental, en el fondo no es sino la suma de muchas tinieblas personales: ¡existen hoy muchos ciegos voluntarios! Y ya sabemos el refrán: «no hay peor ciego que el que no quiere ver».
El Evangelio de hoy, personaliza las tinieblas en un ciego de nacimiento, ciego involuntario. El pasaje lo hemos oído muchas veces: en la ciudad de Jericó, un ciego se acerca a Jesús, no es un ciego reclinado en su fatalismo, sino un ciego que quiere ver; y grita: Hijo de David, ten compasión de mí. Jesús manda llamarlo y los discípulos le anuncian: ¡Ánimo, levántate, que te llama! Relata el evangelio que no solo se levantó, sino que dio un salto y soltando el manto, que era toda su riqueza, se acercó a Jesús. El Maestro le pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? Sin verlo, le suplica: ¡Señor, que vea! Y Jesús, ante la fe del ciego, le brinda el milagro: ¡Anda, tu fe te ha curado!
Pasar de las tinieblas a la luz es el milagro de la conversión. El Evangelio es «buena noticia»: decirles a los hombres que Dios Padre quiere abriles los ojos e iluminar su inteligencia; que el Dios del amor quiere llenar su corazón. Dice el Evangelio que aquel ciego, que recobró la vista, le seguía. A aquel ciego se le abrieron los ojos del corazón y descubrió, en quien le ha curado, al Mesías Salvador: ¡Y se convirtió en discípulo!
Tuit de la semana: Para no ver la realidad de mi pecado, a veces preferimos la tiniebla a la luz. ¿Yo quiero abrir mis ojos a la luz de la fe o prefiero caminar a tientas?
Alfonso Crespo Hidalgo