
Llamamos milagro a conseguir lo imposible. Hacer lo posible es cuestión de voluntad; conseguir lo imposible reclama una ayuda especial de Dios. El Evangelio nos narra hoy un milagro muy popular: la multiplicación de los panes y de los peces.
Jesús es seguido por una multitud. Una multitud hambrienta de su Palabra y también hambrienta de pan. Y el Maestro, que predicó que “no sólo de pan vive el hombre”, también se solidariza con la necesidad de su pueblo y ve el hambre material que soporta. Y lo remedia: unos panes y unos peces, pocos, que se multiplican y dan de comer a muchos. Jesús es de los que “predica y da trigo”.
En una primera mirada, parece un milagro más, incluso espectacular: con unos pocos panes y unos peces, comen hasta cinco mil. Ya en sí, es para admirarse. Incluso esta facilidad para dar de comer provoca que le quieran constituir en rey.
Sin embargo detrás de lo espectacular del hecho hay otro milagro escondido: si el centro del Evangelio es el amor, ello exige compartir. Es un deber de justicia. No se puede entender que convivan el hambre y la abundancia. El auténtico milagro, no es que se multiplicaran los panes y los peces. El auténtico milagro es el reparto: todos comieron y sobró. El prodigio consiste en descubrir la necesidad del otro y en compartir con él.
Andamos perdidos últimamente en una corriente de crítica a todo lo que hay a mi alrededor: corrupción, robos solapados, desfalcos, quedarse con el dinero público. Sin embargo, lo más fácil es simplemente apuntar con el dedo acusador hacia los otros. No podemos ser simples espectadores. El cristiano hoy tiene que ofrecer alternativas. Y esta no es otra que la coherencia del Mensaje de Jesús: amor y justicia. Siendo la segunda, fruto del primero.
Queremos un mundo donde reine el ambiente que describe San Pablo en su carta a los Efesios: la humildad, la amabilidad, la comprensión, sobrellevarse con amor, sintiéndonos hermanos e hijos del mismo Padre. Una vuelta a valores humanos y religiosos, que haga fácil el milagro imposible: una sociedad donde no sólo se produzca más sino que se reparte mejor.
El milagro que Jesús realizó en Galilea necesita ser actualizado. Hace falta producir pan, pero sobre todo repartirlo bien: con amor y justicia.
El poder del hombre ha crecido tanto que nos admira. Pero sin embargo, ese mismo poder nos denuncia que se emplea correctamente… Somos capaces de multiplicar tantos bienes, pero no somos tan valientes como para atrevernos a hacer justicia repartiendo.