
Cuando dos personas dialogan es fundamental que se identifiquen. Cuando el diálogo es franco y leal, cada uno intenta decir con claridad quién es y que pretende. Entre amigos el diálogo fluye, porque «ante el amigo no hay que medir las palabras».
En el Evangelio de este domingo, Jesús quiere dialogar con sus discípulos y les plantea una pregunta esencial: ¿Quién dice la gente que soy yo?. Ante las respuestas incorrectas de los rumores, que confunden a Jesús con un profeta o con Juan el Bautista reencarnado, Jesús se dirige en directo a sus apóstoles: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Es Pedro, el amigo primordial de Jesús quien le identifica: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.
Una vez identificado, Jesús les habla de sí mismo: Jesús se revela a sí mismo y nos dice quién es Él y cómo debemos pensarlo y concebirlo. Y no se anda con tapujos. De golpe les espeta: El Mesías tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado, ser ejecutado y resucitar. No es precisamente un camino de rosas lo que le espera al Mesías y Rey deseado.
Y es el amigo Pedro, el que quiere recortar este camino: le gustaría un camino más fácil… Y Jesús es tajante: Quítate de mi vista, Satanás… tú piensas como los hombres. Y Jesús lanza un desafío: Quien quiera seguirme, tendrá que perder su vida por el Evangelio y la ganará para la vida eterna.
Hoy, necesitamos retomar la pregunta primordial: ¿Qué se piensa hoy sobre Cristo? ¿Cómo lo ven nuestros vecinos y amigos? Se trata de hacer una encuesta de opinión.
De la respuesta que dieron los apóstoles como respuesta de la gente, se desprende que Jesús puede ocupar en el mundo el sitio de un gran personaje, de un reformador, de un hombre bueno, pero… ¿nada más que eso es Jesucristo?
Pero la pregunta debe hacerse más concreta y dirigirse a cada uno de nosotros: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Es la gran pregunta que tarde o temprano ha de escuchar la misma Iglesia y cada cristiano. Porque puede suceder que sigamos a Jesús sin saber a quién seguimos, o que llevemos su nombre sin saber qué significa. En efecto, con sinceridad: ¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Qué nos impulsa a escuchar su palabra, a bautizar a nuestros hijos, a celebrar ciertas fiestas en su honor?
Sólo quien es amigo de Jesús, puede responder con la sinceridad y la valentía de Pedro: ¡Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo! Y esta confesión supone seguirle en su destino: a veces seremos perseguidos, condenados y crucificados… pero la resurrección está en el horizonte. Jesús nos promete que quien pierde la vida por el Reino de los cielos la gana para la eternidad.
Hoy, Jesús nos plantea de nuevo la pregunta inquietante: Y tú, ¡Quién dices que soy yo?