
La parábola del sembrador la podemos imaginar cerrando los ojos. Los recuerdos de la catequesis infantil nos prestan las imágenes: un sembrador, la semilla y las diversas tierras donde ella cae: camino, piedras, zarzas, tierra buena.
Y podemos dar nombre a cada imagen: el sembrador es Jesucristo el Señor, la semilla el Mensaje del Evangelio, y la tierra, soy yo. Pero aquí la imagen se abre en un abanico de posibilidades: yo puedo ser camino, piedra, zarza o tierra de labranza.
Y dependiendo de mí, la parábola, que es un canto a la libertad del hombre, podrá tener distintos finales: si soy camino, la indiferencia ante la Palabra me hará malgastarla o perderla; si soy roca dura, soy un entusiasta inconstante que abandonaré al primer peligro; si soy zarza, la prisa y el estrés, el gasto superfluo y la apariencia social ahogará la frescura de la palabra; si soy tierra buena, corazón abierto y mente pronta al sí a Dios, la Palabra como la lluvia de primavera empapará mi corazón, lo fecundará y germinará en fruto abundante. Estallido de primavera, fecundidad de la fe.
Podemos contemplar esta parábola fijándonos en la grandeza del sembrador, en la peculiaridad de su figura, en la riqueza de su vida y su historia. Es el mejor de los hombres, el Hijo de Dios.
Incluso podemos también centrar nuestra atención en la semilla, en la riqueza del Mensaje. El Evangelio es camino, verdad y vida, como su propio mensajero principal, el Señor.
Pero, a veces la contemplación tan sólo del mensaje o del Maestro, hace que no completemos la parábola, que no nos sintamos implicados. Porque al escuchar esta parábola, la pregunta se vuelve hacia mí; de mí respuesta depende el final de la parábola. De mí libertad, de mi amor y fidelidad, depende que el Reino de Dios germine en mi corazón y pueda dar un fruto que gemina en ciento por uno.
No es grandioso que yo, una simple criatura, tenga la llave de que la semilla y el sembrador tengan éxito. Es la grandeza de mi libertad.
Cada cristiano es tierra en la que cae la semilla, pero cada uno de nosotros estamos también llamados a testigos del éxito de esta semilla en nuestra propia vida y constituirnos también en mensajeros convencidos y comprometidos del Evangelio, sembradores de la Buena Noticia.