
El buen Maestro, con frecuencia, resume su enseñanza en frases cortas y muy gráficas, que no solo entran por el oído sino que se hacer ver en nuestra imaginación. Una de ellas es: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?». El Maestro remacha con otra pregunta gráfica y cargada de realismo: «¿No caerán los dos en el hoyo?».
¿Qué quiere decirnos Jesús con esta enseñanza tan gráfica? Su enseñanza continua: ¿Por qué te fijas en la mota de polvo del ojo de tu hermano y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? Parece decirnos Jesús: ¡No seas hipócrita!: mira primero tu propio defecto antes de señalar el de tu hermano.
Y continúa con otra sentencia: «Cada árbol se conoce por su fruto»; el árbol bueno da fruto bueno, sin embargo no puede darlo el árbol malo. Y más gráficamente, pone un ejemplo: «No se recogen higos de las zarzas, ni uvas de los espinos». Y concluye con otra enseñanza: «El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal… porque de lo que abunda en el corazón habla la boca».
El Maestro hace una llamada a vernos antes a nosotros mismos en nuestros propios defectos que ver los defectos de los demás. Y a ser conscientes de que de lo que hay dentro se saca hacia fuera. Si hay bien, saldrá bondad; si hay mal, rebosará malicia. ¡Es tan gráfica la enseñanza de Jesús que se nos ha quedado como refranes a los que recurrimos!: «Un ciego no puede guiar a otro ciego»; «De la abundancia del corazón, habla la boca».
Muchas veces, nos dirigimos a Jesús y lo invocamos como Señor. Reconocemos su señorío sobre toda la creación y cada uno de nosotros: es nuestro Señor. Pero, quizás, hoy, es más necesario dirigirnos a él y reconocerlo como Maestro: aprender de sus enseñanzas y llevarlas a nuestra propia vida. Ellas son luces que iluminan nuestro camino, indicaciones precisas que nos llevan por la dirección apropiada que lleva a la felicidad verdadera.
El la primera lectura de hoy, del libro sapiencial del Eclesiástico, se enuncia una sentencia que leería Jesús y que seguramente inspiró su enseñanza: «el fruto revela el cultivo del árbol, así la palabra revela el corazón de la persona. No elogies a nadie antes de oírlo hablar…». El cristiano es quien oyendo hablar a Jesús se ha enamorado de sus palabras, se ha sentido seducido por sus enseñanzas, porque salen de un corazón limpio, cargado de amor que quiere lo mejor para nosotros.
Podemos sentirnos seguros por las enseñanzas de Jesús: sus palabras son exigentes y cargadas de bondad, como las de un buen maestro. Oírlo a él nos impulsa a seguir aprendiendo porque «el deseo de aprender lo provoca la calidad del Maestro».