
San Pablo es un gran pedagogo. En casi todas las celebraciones de la Iglesia, junto al Evangelio, revelación primordial de Dios al hombre por boca de Jesucristo, que es la gran Palabra de Dios, solemos leer también las cartas de San Pablo: efesios, corintios, tesalonicenses, gálatas; son comunidades fundadas por Pablo, que reciben periódicamente auténticas catequesis de su maestro en forma de cartas. Algunas de ellas han llegado a nosotros.
En las cartas de Pablo, descubrimos un estilo peculiar: el apóstol, después de exponer lo que es un cristiano, le exige que viva a la altura de lo que es. Es lo que se llama en teología el «indicativo e imperativo paulino»: somos cristianos, pues actuemos como tales.
Y aquí está la raíz de la moral cristiana. La moral cristiana no es un elenco de mandamientos o normas de conducta: la moral cristiana -nuestro hacer- se deriva con una lógica aplastante de nuestro “ser cristiano”. Si hemos sido llamados a ser hijos de Dios por el Bautismo… debemos comportarnos como buenos hijos de Dios.
De aquí surgen las diversas virtudes que debe adornar a todo cristiano: si el amor es el mandamiento primordial las virtudes son concreciones de ese amor. San Pablo en la carta a los Efesios, que leemos hoy en la Eucaristía, nos recomienda una serie de virtudes humanas, revestidas de la caridad cristiana: desterrar la amargura, la ira, los enfados, los insultos… Es todo un programa de tolerancia en la convivencia. Es verdad que son valores humanos que están, o mejor deberían estar, al alcance de todos, creyentes o no creyentes. Pero también es verdad, que el cristiano, por su fe, está más urgido a llevar a cabo estas virtudes; incluso por su fe, debe de llevarlas hasta el extremo.
El estilo de San Pablo es muy pedagógico. Por ello, junto a un elenco de cosas que nos recomienda que no hagamos, nos señala también una lista de recomendaciones en positivo: sed buenos, comprensivos, perdonaos como Dios nos perdona. Para ser bueno no sólo hay que “eliminar lo malo, sino también promover lo bueno que hay en cada uno”.
Y por último un colofón que describe la energía para actuar correctamente, ya que no depende de nuestras fuerzas sino de la ayuda de Dios: se trata de imitar al Maestro. El cristiano es aquel que quiere seguir las enseñanzas de Cristo, llevar a su propia vida los comportamientos de su Maestro. Por ello, recomienda Pablo: “Como hijos queridos, vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por vosotros”.
Vivir en el amor, es para el cristiano, el mandamiento supremo.