
El aplauso fácil, el éxito rápido y clamoroso, la victoria por eliminación de los competidores son signos de haber triunfado en la sociedad actual. Así se nos cuenta, al menos, desde las páginas de las revistas y los periódicos y, también, lo hemos leído en las páginas de los mismos libros de historia. Son valores que tienen un gran montaje propagandístico y que se encuentran encarnados en muchos «personajillos» que se presentan como «salvadores». Pero ¿son éstos realmente los signos de la salvación?
Hay otra historia. Los cristianos somos testigos de otra narración: hubo un nombre enviado por Dios, llamado Jesús que se presentó como Salvador. Pero las claves de su éxito no coinciden con las señas de identidad de los salvadores oportunistas. Jesús se presenta como portador de un mensaje de salvación. Y entrega su vida para anunciar a los hombres la única salvación que realmente salva al hombre y el camino para llegar a ella.
Y para ello, siendo Dios «se hizo hombre». El Cristo Salvador es también Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios pero también el Hijo de María, la esposa de José, de profesión carpintero. Jesús no se limitó a ayudar a los de abajo manteniéndose en una situación superior, sino que se mezcló con los hombres, solidarizándose con los más desvalidos y oprimidos de la tierra. Como dice el apóstol Pablo: No hizo alarde de su categoría de Dios. Su mensaje era un mensaje de liberación, de salvación integral para todo aquel que acoge la gracia de Dios.
El cristianismo no es sólo mensaje de libertad, sino también estrategia de salvación: quiere transformar la sociedad, hacer del mundo el Reino de Dios. Y ello, supone la inversión de muchos de valores centrales de la sociedad, por ejemplo, «prestigio, poder, dinero, éxito… a cualquier precio». Hay que denunciarlos porque esclavizan al hombre.
Jesús inaugura en este Domingo de Ramos una historia nueva y propone un hombre nuevo. Los valores que laten en la historia de la Pasión son los de un mundo que reconoce la soberanía de Dios, que construye la fraternidad y recupera la igualdad entre los hombres.
El pueblo sencillo, a las puertas de Jerusalén supo descubrir en aquel hombre de Nazaret, al Mesías esperado y añorado desde antiguo, y supo acogerle ya en triunfo y gritarle: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
El Domingo de Ramos, pórtico de las fiestas de la Pascua es una invitación a contemplar a este hombre con pretensiones de Salvador. Cada uno de nosotros, creyentes y hombres de buena voluntad, estamos invitados a acoger a Jesús en nuestro corazón con palmas de amor y olivo de gratitud por la salvación que nos trae. Gritemos nuestra alegría, porque si no gritarán las piedras.