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homilias

6 de diciembre

UNA PACIENCIA INFINITA

II de ADVIENTO

TEXTOS: Is 40, 1-5.9-11; Sal 84; 2Pet 3,-8-14; Mc 1,1-8

UNA PACIENCIA INFINITA

¡Convertíos…! es el grito de Juan Bautista, que resuena en la liturgia de este segundo domingo de Adviento; el profeta del desierto nos invita a la conversión y a preparar los caminos para que venga el Mesías Salvador. Convertirse significa «cambiar de mi propio camino a los caminos de Dios». El primer paso de la conversión es sentirse mirado por Dios. Sólo cuando nos abrimos a la mirada de Dios podemos desenmascarar nuestro autoengaño y salir de nuestra mentira. En este cambio de vida, la iniciativa la toma Dios, que me invita a caminar en el buen camino, el que lleva a su encuentro y su abrazo.

Nos hemos acostumbrado a vivir en el pozo de la autocomplacencia y el pecado, y cada atardecer Dios se asoma al brocal de su generosidad infinita y nos pide que salgamos a la luz, para caminar como «hijos de la luz». Andamos por el desierto del egoísmo y el hombre,  que ha sido capaz de abrir caminos por el mar, el aire y las profundidades de la tierra, se ha sumido en el túnel de su propia negación: el desconsuelo reina por doquier. El hombre entristecido arranca del profeta un clamor: Dios grita: Consolad, consolad, a mi pueblo, decid al corazón de Jerusalén que se le acaba el plazo para expiar su pecado….

Pero no son palabras de terror, sino de aviso paternal, ya que el que viene se presenta como pastor que reúne al rebaño, acogiendo sobre sus hombros a los corderillos más débiles. Es un Dios, del que San Pedro dice, y habla por propia experiencia, que tiene mucha paciencia con nosotros porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan y se salven.

Adviento es tiempo para el reencuentro del Creador con sus criaturas, del Padre Dios con sus hijos. Y hay que preparar el camino. El Evangelio de hoy nos dice con palabras del viejo profeta: Yo envío mi mensajero delante de ti para preparar el camino. Juan Bautista se convierte así en embajador del Mesías que viene a traernos la salvación, la alegría definitiva.

La figura de Juan, aquel que saltó de gozo en el vientre de Isabel cuando escuchó la voz de María, la Madre del Señor, anda ahora saltando por los caminos, allanando valles, rebajando montañas, y anunciando: ¡Convertíos, porque detrás de mí viene uno al que no soy digno ni de desatarle las sandalias…! Yo os bautizo ahora con agua, pero El os bautizará con Espíritu. El agua limpia, pero el Espíritu transforma el corazón de piedra en corazón de carne y hace de los hombres «hijos de Dios».

Cada cristiano es también un profeta al estilo del Bautista en su entorno: familia, trabajo, amigos. Y somos eco de la Buena Noticia: gritamos que el Señor viene a salvarnos, y no conviene distraernos y abusar de su infinita paciencia.

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