Jesús es el «Gran Evangelizador». Su tarea fundamental, el motivo de su estancia entre nosotros es predicarnos la Buena Noticia del Evangelio: decirnos al corazón y en público, que Dios nos quiere salvar. Su tarea es su vida. Y se afana con ahínco en cumplirla, hasta el agotamiento. Por ello, tendrá que ir compaginando baños de multitudes con momentos de soledad. A veces, incluso el Hijo de Dios se cansa.
El cansancio es algo con lo que tiene que contar todo hombre o mujer que se esfuerza por cumplir su tarea diaria con entrega y responsabilidad. Incluso a veces las fuerzas se desgastan y el agobio se apodera de nosotros. ¡No tengo tiempo! es la queja común, la excusa más frecuente. El tiempo se nos escurre en las manos porque como dice, hoy, el libro de Job: ¡la vida es un soplo!
Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, vivió también el stress, el agobio y el cansancio; por ello, necesitó del sosiego de Betania, la casa de su amigo Lázaro, del agua y del diálogo con la samaritana, de la tertulia íntima del monte con sus discípulos y de la serenidad de la noche en oración. Ya Jesús descubrió y nos enseñó la alegría de gustar de la naturaleza: el mar o la montaña, y escuchar el silencio de sus entrañas. Es una lección de ecologismo.
En el señorío sobre el tiempo radica la fuerza extraordinaria de Jesús: Él sabe cortar el tiempo, romper la rutina, detener el trabajo desbordante y descubrir la fuente secreta de donde mana la energía. Lo relata el evangelio de hoy: se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar, aunque, como expresa el evangelio, todo el mundo le buscaba. No en vano, era el primero en popularidad.
En el mundo que vivimos, hay que aceptar con paciencia que el cansancio es «un compañero del camino» inevitable; incluso hoy más que nunca, estamos propensos a una cierta depresión fruto de la dispersión en que vivimos. El tiempo se nos escapa y gritamos con frecuencia: ¡No tengo tiempo! Pero, también somos conscientes de que nuestro tiempo lo damos a las personas que queremos. Para las personas que cautivan nuestro cariño siempre tenemos tiempo. Si para Dios nos falta tiempo, en el fondo nos está faltando amor.
Sin contacto íntimo con Dios, sin oración serena y confiada, difícilmente viviremos como cristianos llenos de gozo y serenidad. En todo caso malviviremos como mediocres cristianos de nómina y no de vida.
Santa Teresa definía la oración como tratar de amistad con quien sabemos que nos ama. Y la amistad necesita del secreto de saber manejar el tiempo: detenerlo, gustarlo y compartirlo con la persona amada. Una pregunta: ¿comparto mi tiempo con Dios?