Catequesis litúrgica sobre la Confirmación
Índice Sacramentos
Bautismo:
Confirmación:
Eucaristía:
Penitencia:
Unción de enfermos:
Matrimonio:
- Casarme por la Iglesia: el sacramento del Matrimonio
- Prepara tu Boda
- Fechas de los Cursos de preparación al Matrimonio
- Curso Matrimonial
- Curso Semipresencial de Preparación al Matrimonio
Sacerdocio:
Carta a los que van a recibir el Sacramento de la Confirmación
Preparamos el sacramento de la Confirmación
Al recibir el Sacramento de la CONFIRMACIÓN completáis un ciclo primordial en vuestra formación cristiana. Un día, recibisteis el BAUTISMO; otro, os acercasteis a la EUCARISTÍA; y, próximamente, recibiréis el sacramento de la CONFIRMACIÓN. A estos tres sacramentos se les denominan como «SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA»: son los que confieren al cristiano la gracia suficiente para emprender una vida de ADULTO EN LA FE.
Tenéis por delante toda una vida para demostrar que esta Iniciación Cristiana ha sido sólida. Dios, con su gracia, ha puesto en vosotros unos sólidos cimientos. En la vida, que es un largo camino, en tu vida concreta, habrá de todo: cada uno, somos una pequeña historia. Pero una historia que se escribe en el marco de una GRAN HISTORIA: una Historia de Salvación, de amor de Dios por el hombre. Un día fuisteis llamado a la vida por Dios PADRE: tus padres te engendraron, cooperando así con el poder creador de Dios. Pero no eres un ser anónimo para El. El cariño de tus padres es un reflejo de la ternura entrañable de Dios. Dios te conoce por tu nombre y te lleva grabado en la palma de su mano, como nos dice la Biblia.
Y Dios se acerca a ti todavía más: no sólo nos dio la vida, sino que nos entregó a su propio HIJO, Jesucristo, para que compartiera con nosotros la andadura de la vida, y fuera nuestro modelo y compañero de camino. Y desde el nacimiento de Jesucristo, ya el hombre se acerca con más facilidad al Misterio insondable de Dios a través de la vida de Jesús de Nazaret: vida que culmina en su muerte y Resurrección. En su Evangelio nos dejó “un estilo de vida”. Y desde entonces, el cristiano se define como “aquel que sigue a Cristo según el mensaje del Evangelio”. Aunque a veces, sienta la sensación de “ir contra corriente”.
Y como caminar en el sendero de la vida, entre gozos y sombras, alegrías y momentos difíciles, es una tarea ardua, el PADRE Y EL HIJO nos regalan su ESPÍRITU: El Espíritu Santo que ilumina nuestra mente y mueve nuestro corazón para caminar hacia la meta deseada, hacia la plenitud de la alegría de una vida vivida intensamente y con sentido.
Al Espíritu se le atribuyen SIETE DONES, que Él nos concede como una gracia: SABIDURÍA, ENTENDIMIENTO, CONSEJO, FORTALEZA, CIENCIA, PIEDAD Y TEMOR DE DIOS. ¡Que abunden en vosotros!
La vida se abre como un horizonte luminoso ante cada uno de vosotros. La vida, que es un don de Dios y una tarea para cada uno, necesita de unas actitudes fundamentales para vivirla. Para el cristiano estas actitudes fundamentales las llamamos VIRTUDES. Entre todas ellas sobresalen las VIRTUDES TEOLOGALES: fe, esperanza y caridad. La FE será un soporte fundamental para afrontar el día a día de la vida con optimismo; la fe es sellar un pacto de amistad con Dios: «Tú serás mi Dios y mi Padre y yo seré para Ti un hijo, parte de tu pueblo». La fe engendra ESPERANZA: la esperanza no es una simple espera sin saber el cuándo o el cómo; la esperanza cristiana es ya la certeza de que Dios nos quiere salvar. Y la fe y la esperanza, unidas, hacen que nuestra vida sea un «vivir en AMOR Y CARIDAD» desbordados hacia las personas y la vida: y esto es grandioso porque «quien ama se parece a Dios».
MARÍA, la Madre de Jesús y nuestra madre, entendió mejor que nadie el Mensaje de su Hijo. Ella es modelo de Fe, Esperanza y Caridad. Ella fue la primera creyente, y para todos nosotros es un modelo delicado y cercano del amor que Dios nos tiene. Ella le “habla a Jesús de nosotros y quiere que le hablemos a Ella de nuestra amistad con Jesús”. Háblale -eso es orar- y pídele con confianza.
Esta reflexión quiere ayudarte a colaborar a la gracia de Dios con una adecuada preparación para recibir este Sacramento.
I. ¡DEJAOS LLEVAR POR EL ESPÍRITU!
El día de Pentecostés, celebramos la fiesta del Espíritu. Es una fiesta de alegría en la Iglesia: después de la Ascensión de Jesucristo, la vuelta de Jesús a la casa del Padre, celebramos con gozo que no estamos solos: el Espíritu de Jesús, está entre nosotros y alienta los pasos de la Iglesia.
Pentecostés cierra el sagrado tiempo de cincuenta días que discurre desde la Pascua de Resurrección. Pentecostés, es la fiesta que celebra el don del Espíritu Santo a los Apóstoles, los orígenes de la Iglesia y el comienzo de su misión a todas las lenguas, pueblos y naciones (Cf. Hch 2, 1-11).
1. ¿Quién es el Espíritu Santo? El “gran desconocido”
Es fácil descubrir un Dios Padre, Creador de todo, que nos envía a su Hijo Jesús para salvación de todos. Es aún más fácil reconocer a su Hijo Jesús, Jesús de Nazaret, que pasó haciendo el bien, que murió por nosotros y que resucitó al tercer día, subió al cielo e intercede por nosotros delante del Padre.
Pero quizás es algo más difícil entender al Espíritu Santo: la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Es necesario pues, acercarnos a la Persona del Espíritu para que nuestra fe en este misterio insondable sea una fe acabada. Cuando signamos nuestro pecho “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu” estamos haciendo profesión de fe en Dios. Un Dios cuyo misterio no abarcamos sino desde el amor.
Si queremos ahondar en el conocimiento del Espíritu, pronto descubriremos que flaquea la reflexión humana. El Espíritu Santo es la persona más misteriosa de la Santísima Trinidad. A Él se le ha llamado, también, «el Gran Desconocido» por el poco reconocimiento que muchos cristianos tienen de su persona y su obra. Sin embargo, «lo íntimo de Dios, no lo conoce solo sino el Espíritu de Dios» (1Cor 2,11); «nadie puede decir ¡Jesús es Señor! sino por el Espíritu Santo» (1Cor 12,3).
La experiencia de su presencia está viva en la Iglesia desde su mismo nacimiento en Pentecostés. La vida cristiana es obra y fruto del Espíritu Santo:
- Él santifica el agua del bautismo, que nos regenera y hace hijos de Dios;
- Él es quien nos es otorgado en la confirmación;
- Él es el instrumento del perdón de nuestros pecados;
- Él transforma el pan y el vino de la Eucaristía, Cuerpo y Sangre de Cristo;
- Él consagra a los ministros al servicio de la Iglesia: diáconos, presbíteros, obispos.
- El Espíritu nos impulsa, también, a orar como conviene. Pone en nuestra boca la profesión de la fe, su testimonio y defensa.
- Él, sobre todo, nos lleva al amor del Padre y del Hijo, y también al amor de los hermanos. Él nos une en un solo cuerpo.
Desde su primera venida en Pentecostés, el Espíritu Santo, es la fuerza, la luz, el fuego, el vínculo, el consuelo, el don de la Iglesia y de cada uno de nosotros.
El mismo Jesús nos presenta al Espíritu como quien nos recuerda todo lo que nos ha enseñado Él: «Os he habladote esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho» (Jn 14,25-26)
2. Los sacramentos de la Iniciación cristiana
El Sacramento del Espíritu por excelencia es la Confirmación, pero este sacramento sólo se puede comprender y ser vivido con relación al Bautismo y la Eucaristía. Los tres, constituyen los sacramentos de la Iniciación Cristiana.
El Bautismo
Es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de toda vida en el Espíritu y la puerta de todos los sacramentos. Es como un «nuevo nacimiento». Por el Bautismo:
- somos regenerados en el Espíritu: Es como un «nuevo nacimiento»: liberados del pecado: morimos al pecado y nacemos a una vida nueva;
- hechos miembros de Cristo: participamos de su muerte y resurrección;
- e incorporados a la Iglesia y a su misión: somos testigos del Evangelio.
La Eucaristía
Es fuente y cumbre de la vida cristiana, síntesis de la vida de fe. En ella se contiene todo el bien de la Iglesia, es decir, Cristo. Por ello en ninguna parte de la Liturgia es tan evidente la acción del Espíritu como en ella. En la Eucaristía, el Espíritu:
- hace presente a Cristo, en su cuerpo y en su sangre: se perpetúa el misterio Pascual: la muerte y resurrección del Señor. Misterio del que brota la esperanza;
- continúa Pentecostés: el Espíritu es el que santifica, consagra, transforma y hace presente a Cristo;
- hace madurar la incorporación a Cristo y a la Iglesia.
La Confirmación
Al contemplar la figura del Espíritu Santo debemos subrayar la importancia del sacramento de la Confirmación. La Confirmación (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica n. 1316):
- perfecciona la gracia bautismal: nos da el Espíritu Santo para fortalecer nuestra condición de hijos de Dios
- nos incorpora más firmemente a Cristo;
- hacer más sólido nuestro vínculo con la Iglesia;
- nos asocia todavía más a su misión;
- nos ayuda a dar testimonio de la fe cristiana por la palabra acompañada de las obras».
3. Invitados a "dejarnos llevar por el Espíritu"
Este es el secreto del seguimiento de Cristo. Pablo lo indica con palabras concretas: «Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios».
El Espíritu nos acompaña con sus dones. Son como “un manantial de agua”, que satisface nuestra sed.
Los dones del Espíritu son siete:
- La “sabiduría”: pero no se trata de erudición sino de “saborear la grandeza infinita de Dios, su amor que sobrepasa todo poder”.
- El “entendimiento”: se refiere a “la penetración de los misterios de vida: saber ver el correr de las cosas con sentido, el por qué profundo de lo que acontece”.
- El “consejo”: hace referencia a la prudencia del sabio; del que sabe hablar y callar a tiempo, y actuar consecuentemente. Que valioso es el buen consejero.
- La “fortaleza”: me ayuda a permanecer firme y fundamentado ante la adversidad y la duda; la fortaleza requiere el sólido pedestal de la fe.
- Don de “ciencia”: la humildad de descubrir en el poder del hombre el infinito poder de Dios; saber que la creación está al servicio de la persona, imagen de Dios.
- Don de la “piedad”: contemplación reverencial de Dios, que provoca un inmenso amor por sus criaturas. Es un amor piadoso por el padre.
- Don del “temor de Dios”, que no es el miedo sino descubrir nuestra finitud y la grandeza de Dios: solo Dios es Absoluto: un absoluto poder para amar.
Ante un embajador con tales dones, también nosotros exclamamos: ¡Espíritu Santo, ven!
4. Invocamos a María: "Estaban reunidos con María, la Madre del Señor"
Y como en todos los momentos importantes de la vida del Hijo, la presencia de la Madre. Nos dice el Libro de los Hechos que el día de Pentecostés “estaban reunidos con María, la Madre del Señor», (Cf. Hch 1, 14. 2, 1-11)
Ella, la Madre de Jesús el Hijo de Dios, es también la Madre de Pentecostés: cobijó bajo su manto maternal los primeros miedos de la Iglesia joven y alentó los primeros pasos misioneros de la Iglesia de Jesús.
Ella, es nuestra Madre, nos ofrece a su Hijo y nos acompaña, como a los primeros discípulos, en la acogida del Espíritu Santo, que completa en nosotros la Iniciación Cristiana y nos presenta ante el mundo como cristianos adultos, dispuestos a dar testimonio valiente de su fe, fortaleciendo nuestra debilidad y erradicando cualquier miedo.
II. LOS SÍMBOLOS EN EL RITO DEL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN
1. Imposición de las manos
El primer símbolo que aparece en el rito de la Confirmación es la IMPOSICIÓN DE LAS MANOS. La monición a este símbolo dice:
«El día de Pentecostés, los Apóstoles recibieron una presencia muy especial del Espíritu Santo. Los Obispos, sus continuadores, transmiten desde entonces el Espíritu Santo como un don personal por medio del sacramento de la confirmación, que ahora va a comenzar con la imposición de manos del Obispo (o su delegado). La imposición de manos es uno de los gestos que aparecen habitualmente en la historia de la salvación y en la liturgia para indicar la transmisión de un poder o de una fuerza o de unos derechos»
¿Qué significado tiene en la liturgia la imposición de las manos?
Uno de los gestos más repetidos en la celebración de los Sacramentos es la imposición de manos.
Es éste un gesto muy rico en significados por la elocuencia de su expresividad: unas manos que se extienden sobre la cabeza de una persona o sobre una cosa, a ser posible con contacto físico, unas manos elevadas a lo alto, etc. Puede indicar perdón, bendición, transmisión de fuerza, súplica acción de gracias… Su sentido queda concretado por las palabras que le acompañan en cada caso: «yo te absuelvo de tus pecados», «envía, Señor, tu Espíritu sobre este pan y este vino», «envía Señor la fuerza de tu Espíritu sobre estos siervos tuyos»…
La mano ha sido siempre símbolo de la fuerza, del trabajo, de la comunicación interpersonal: la mano de Dios que obra proezas, la mano del hombre que manda, que pide, que toca, que comunica… que quiere expresar la transmisión de algo invisible.
Para captar mejor el sentido de la imposición de manos leamos algunos de los pasajes bíblicos del Antiguo y del Nuevo Testamento en que este gesto es empleado. En verdad, este signo lo hemos heredado del lenguaje simbólico de Israel en el que es muy variado el significado que se le da.
Para reflexionar y dialogar:
► Lee los siguientes textos bíblicos: Gen 48, 14-16.; Act 6,2-7; Act 13,1-3 Act 6,2-7; Act 13,1-3
► ¿Qué me sugieren estos textos en relación al Sacramento de la Confirmación?
2. La unción con el crisma: Ungidos por el Espíritu
El aceite y sus múltiples usos.
Si se ha elegido ya desde muy antiguo este elemento para tantas acciones litúrgicas es porque resulta bastante fácil su simbolismo cara a los diversos dones de Dios y sus efectos espirituales. El aceite (los óleos, los ungüentos, las pomadas) tiene en nuestra vida muchas aplicaciones y beneficios:
- Lo utilizamos, especialmente los pueblos mediterráneos, para nuestra comida.
- O como comustible, por ejemplo en las lámparas.
- Pero sobre todo lo usamos por sus propiedades curativas: penetrando en la piel, tiene evidentes cualidades terapéuticas, sobre todo en las quemaduras, golpes…
- Los deportistas saben lo que aprovecha a la fortaleza y agilidad de sus músculos la aplicación de masajes antes o después de sus momentos de esfuerzo.
- Y todos apreciamos el uso de estos elementos en el campo cosmético: los aceites perfumados dan suavidad, belleza, frescor; mantienen tersa la piel y la fortifican; por eso no cesamos de damos los oportunos masajes después del baño, o al afeitamos, o al tomar el sol…
No es nada extraño que el aceite sea símbolo de salud, de bienestar, de paz. Y que, por tanto, en nuestras celebraciones sacramentales quiera expresar y ser instrumento de los dones del Espíritu sobre los bautizados, los confirmados, los enfermos o los que reciben la ordenación sagrada al ministerio.
La unción con el crisma es el momento culminante de la celebración de la Confirmación. El Obispo, imponiendo la mano sobre la cabeza les marca con la cruz de Cristo, personalmente a cada uno, para significar que son propiedad del Señor.
El Ungido y los ungidos.
En el Nuevo Testamento el auténtico «Ungido» es Jesús de Nazaret. El nombre que más se repite de él es el de «Cristo», que en griego significa «Ungido», al igual que «Mesías» en hebreo. El es el que ha recibido la misión más difícil, la de Mesías, y por eso recibe la Unción de lo alto, el Espíritu de Dios.
No se trata tanto de un rito de unción visible, sino de una posesión total por parte del Espíritu, la plenitud de sus dones sobre Jesús de Nazaret, que puede decir de sí mismo, citando al profeta Isaías: «el Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido» (Lc 4,18; Cf. Is 61,1). Dios le ha dado su fuerza y su poder, o sea, su Espíritu, para el cumplimiento de su misión de Sacerdote, Profeta y Rey.
Pero también los creyentes reciben esta unción. Los que creen en Jesús son ungidos por el Espíritu, o sea, impregnados de sus dones de gracia, de verdad, de santidad, de fuerza. Por eso, si Jesús es llamado Ungido (= Cristo), sus seguidores también son llamados «ungidos» (= cristianos). Y con ello el lenguaje de la unción pasa a constituir algo muy céntrico en su identidad.
El ritual de la Confirmación dice: «Ser crismado es lo mismo que ser Cristo, ser mesías, ser ungido. Y ser cristo y mesías comporta la misma misión que el Señor:’ dar testimonio de la verdad y ser; por el buen olor de las buenas obras, fermento de santidad en el mundo».
Para reflexionar y dialogar:
► Busca los textos siguientes y descubre el significado que tiene la unción con el óleo en ellos: Prov 27,9; Sal 132,2; Sal 44,7-8. 1Sam 16,10-13; Ex 29, 4ss; 1Re 19,16
► ¿Qué supone para ti ser “crismado” en la Confirmación?
3. La señal de la cruz
La señal del cristiano.
La cruz es la señal que el cristiano porta consigo desde el Bautismo. En la Confirmación somos marcados de un modo definitivo por el sello del Señor, por el sello del don del Espíritu Santo. Esto es lo que significa la cruz que el obispo hace en nuestra frente, al mismo tiempo que nos unge.
Y este signo indica varias cosas respecto a nosotros:
- Que el don del Espíritu se nos da de un modo definitivo, como un sello imborrable.
- Que nosotros estamos bajo la protección de Dios, el cual nos reconocerá al fin de los tiempos.
- Que estamos consagrados a Jesucristo. Ya no nos pertenecemos a nosotros mismos. Pertenecemos a Jesucristo. Somos suyos. .
- Que nos comprometemos a llevar y manifestar esta imagen de Jesucristo en nuestra vida: en la relación con los demás en el trabajo, el estudio, la diversión…
Para reflexionar y dialogar:
► Descubre el significado de la cruz en las siguientes citas bíblicas: Ez 9 ,6; Jn 6,27; 2Cor 1, 22; Ef 1, 13; Ap 7,3-4.
► ¿Somos conscientes de lo que expresamos cada vez que hacemos la señal de la cruz?
4. El compromiso: ser testigos
Aclarados los símbolos que se utilizan en la Confirmación nos planteamos el DESPUÉS de haber recibido el sacramento; el compromiso que lleva consigo el haber sido confirmado en la fe del Bautismo.
“Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos…” (Hech. 1,8)
El día de nuestro Bautismo recibimos el Espíritu Santo y nos incorporamos a la Iglesia. Por la Confirmación aceptamos con plena responsabilidad nuestra pertenencia a Cristo, nuestros compromisos bautismales y nuestra misión eclesial.
La misión que se nos confía es la misma que Jesús recibe del Padre, y para realizarla nos comunica el mismo Espíritu Santo: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo” (Jn 20,21). Los objetivos y los medios de nuestra misión y de nuestro testimonio no pueden ser otros que los de Cristo. De nuestra unión estrecha con El, depende el fruto que podamos dar: “Yo soy la vid verdadera… Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.” (Jn 15,1-8).
De esta íntima relación con Cristo nace la vocación y el compromiso de implicamos en la construcción de la Iglesia de modo activo y de trabajar eficazmente en la renovación de las estructuras del mundo. Nos dice el Concilio Vaticano II: «Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligación del apostolado por su unión con Cristo Cabeza. Ya que insertos por el Bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo Señor» (AA 3)
Esta vida de unión íntima con Cristo se alimenta de la oración y de la participación en los sacramentos de modo consciente y fructuoso. El testimonio se ha de realizar desde una vida impulsada por la fe, la esperanza y la caridad:
- Buscando la voluntad de Dios en los acontecimientos.
- Contemplando el rostro de Cristo en todos los hombres.
- Juzgando rectamente sobre el sentido y valor de las cosas materiales.
- Viviendo en la esperanza de la plena manifestación de los hijos de Dios.
- Actualizando la cruz y resurrección del Señor mientras peregrinamos por la vida.
- Liberándose de la servidumbre de las riquezas.
- Entregándose gustosamente y por entero a la expansión del Reino.
- Superando las dificultades, adversidades y padecimientos del tiempo presente.
- Despojándose de toda maldad, engaño e hipocresía.
- Expresando realmente con la vida el espíritu de las Bienaventuranzas. (Cf. AA 4)
Para esto nos necesitamos unos a otros. Todos tenemos experiencia de grupo, equipo o comunidad. Durante el mismo tiempo de catequesis hemos descubierto la importancia de los hermanos para vivir nuestra vida cristiana. Vamos a planteamos, con toda seriedad, el hecho de ser CRISTIANOS ADULTOS.
Para reflexionar y dialogar:
► ¿Qué puede ocurrir después de haber completado mi INICIACIÓN CRISTIANA, de haber sido confirmados?
► No se termina el grupo con la celebración de la Confirmación, tenemos la comunidad cristiana, la parroquia y sus grupos; acompañado de ellos me sigo formando, celebrando mi fe y comprometiéndome como cristiano en medio del mundo.
III. VIVIR PENTECOSTÉS Y ACOGER LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU
La presencia y acción del Espíritu de Cristo en nuestra vida cristiana, se muestra en las diversas manifestaciones enumeradas por Pablo en su carta a los Gálatas (5,22-23): son los llamados “FRUTOS DEL ESPÍRITU”. Los efectos del «fruto» del Espíritu, se describen en una disposición ternaria: el amor, la alegría y la paz son los frutos más interiores, los que constituyen como el manantial y la savia de todos los demás. Los tres siguientes manifiestan una disposición apacible y gozosa de recibir al otro (magnanimidad, afabilidad y bondad). Los tres últimos, expresan el amor a los demás, desde una actitud de fe, mansedumbre y dominio de sí mismo.
- El amor aparece en primer lugar por ser el alma de toda la vida cristiana; toda la ley se cumple en él acaba de decirlo Pablo (Cf. Gál 5.14). Es el don por excelencia del Espíritu: es el amor de Dios que se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu (Cf. Rom 5,5). El Espíritu hace que el creyente experimente este amor que Dios le tiene y surja en él una respuesta de amor a Dios (Cf. Rom 8.15; Gál 4,6) y a los hermanos (Cf. 1Cor 12,31-13,13).
- La alegría: no es un mero estado psicológico, sino la alegría del Espíritu (Cf. Rom 14,17), la expresión de que se posee su plenitud; es la alegría que tiene como fundamento y contenido a la esperanza y dice relación a la situación escatológica del cristiano.
- La paz: también (Cf. Rom 14,17 y 15,13), está íntimamente unida a la alegría, como don del Espíritu. Como don del Espíritu, se refiere aquí a la salvación en la que el cristiano ha sido colocado; teniendo en cuenta el sentido bíblico de paz como plenitud de vida, el fruto de la paz, dado por el Espíritu, significa la vida nueva, en contraposición a la vida sólo “carne” (Cf. Rom 8,6; Fil 4,7)
- La magnanimidad: significa la grandeza de un ánimo robusto que es capaz de sobrellevar los fallos del hermano. Supone una profunda experiencia personal del amor que Dios nos tiene. Se trata de tener un gran corazón. No es por tanto, el resultado de una determinada forma de ser, sino el eco de la experiencia de la magnanimidad de Dios con nuestros pecados (Cf. 1Cor 13,4; Col 3,12).
- La afabilidad: propiedad esencial del amor, que se manifiesta en la mutua aceptación y perdón, en prescindir de las propias y justas exigencias y del propio juicio; se encuentra especialmente vinculada a la bondad y la mansedumbre que es la afabilidad del humilde.
- La bondad: se refiere a la benignidad, al «ser bueno». Podríamos decir que es la irradiación del amor, en cuanto el hombre benigno refleja la conducta del Dios bueno. La bondad lleva al hombre poseído, a una relación intensamente positiva con los demás, que se expresa en un clima de exquisita cortesía y finura y de amable condescendencia. La bondad florece sobre todo en la cordialidad, y se muestra abierta a todo aquello que es bueno; se entrega generosamente a todo lo que sea provechoso sin cálculo personal alguno.
- La fe: comúnmente se interpreta no tanto como la fe teológica –la llamada virtud teologal- , sino como la fidelidad que lleva a fiarse o confiar en los demás. Es la fe que se vive en el horizonte del amor que se fía, como indica Pablo (Cf. 1Cor 13,7)
- La mansedumbre: significa una actitud de dulzura y modestia que se manifiesta en una conducta con los demás: suave, no airada y pendenciera, sino apacible y pacífica. Debe ser la característica de quien tiene el Espíritu, y es corregido en alguna falta (Cf. Gál 6,1)
- El dominio de sí mismo: es algo más que la simple continencia o templanza. Este fruto del Espíritu requiere en el cristiano una lucha contra los apetitos del cuerpo que le llevan a la autoglorificación. Este don de la autodisciplina no es una posesión tranquila, sino que implica un constante esfuerzo por conservarlo. Es la actitud del atleta que se priva y entrena (1Cor 9,25). S. Pablo contempla este fruto como la contraposición a los vicios enumerados como obras de la “carne” (Cf. Gál 5,20-21)
Para reflexionar y dialogar:
“Por sus frutos los conoceréis”, es un refrán, extraído del Evangelio. Hemos conocido mejor al Espíritu por los frutos que describe San Pablo.
► ¿Vivo mi vida bajo la luz de los frutos del Espíritu?
► ¿Mi comunidad, mi grupo, tiene una conducta que refleja los frutos del Espíritu Santo?
APÉNDICE
La liturgia del Sacramento, enmarcada en la celebración de la Eucaristía
Partes de la celebración
Dios se manifiesta al hombre a través de gestos sencillos y humanos, que nada tienen de extraordinario. En concreto, las partes de la celebración corresponden al comportamiento normal del hombre cuando se encuentra con los demás. Supongamos la visita de un amigo a la familia. ¿Qué ocurre allí?
Cuando el amigo llega a casa lo primero que se hace es acogerle, recibirle y saludarle.
Una vez hecho esto, se le invita a sentarse y se dialoga con él, se habla y se comenta de mil cosas que son centro de interés para todos. No se concibe una visita donde todos estuvieran en silencio. Pasado un rato, es normal que se le invite a tomar algo: un café, una copa, un aperitivo… Es el rito que casi siempre tiene lugar cuando hay un encuentro de este tipo. Finalmente, al término de la visita, nos despedimos deseándonos buena salud, o éxito, o volvemos a ver en otra ocasión.
Pues bien, esto mismo sucede cuando celebramos algo en la Iglesia, especialmente en los Sacramentos. No hay celebración donde no se dé esto: una acogida y un saludo, un diálogo sobre la Palabra de Dios, un rito que expresa el don de la Gracia de Dios y la fe del hombre, y finalmente una despedida, que es envío misionero. La Confirmación se celebra también siguiendo este mismo ritmo y comportamiento.
► La acogida y saludo
En primer lugar el celebrante nos saluda y nos recuerda que el hecho de estar reunidos hace presente al Señor en medio de nosotros, «porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20).
Reunidos en la iglesia, el Obispo o su Vicario, que preside la celebración, nos dirige unas palabras de bienvenida. Como la celebración tiene lugar dentro de la misa, se procede siguiendo las partes propias de esta celebración.
► La escucha de la palabra de Dios y su explicación
Después tiene lugar la Liturgia de la Palabra, en la que entablamos un diálogo con Dios y entre nosotros. Dios es el interlocutor principal, el que nos dice qué significa lo que vamos a hacer. Por eso, escuchamos su Palabra y la explicación de la misma u homilía.
En la Confirmación, después de la lectura del Evangelio, los confirmandos son presentados por el catequista al obispo.
► El Sacramento de la Confirmación se confiere dentro del Sacramento de la Eucaristía
Una vez terminada la homilía comienza el rito de la Confirmación.
- Lo primero que se hace es renovar las promesas del Bautismo o profesión de fe ante la comunidad. Esto indica la unidad entre el Bautismo y la Confirmación y la necesidad de la fe para celebrar el sacramento.
- Después el Obispo o su Vicario y los sacerdotes presentes imponen las manos sobre los confirmandos e imploran el don del Espíritu Santo.
- A continuación el Obispo o su Vicario unge con el Santo Crisma la frente de cada uno de los confirmandos, haciendo la señal de la cruz.
- Finalmente, saluda al confirmando, deseándole la paz, es decir, deseándole que el Espíritu esté con él.
- Terminado el rito de la Confirmación se reza la oración universal y la misa continúa como es costumbre.
- Al final se despide a los confirmandos y la asamblea con una bendición especial.
Preparación de la celebración
Con el ritual en la mano podemos ir leyendo las oraciones que reza el Obispo en los distintos momentos de la celebración.
Se leen las lecturas escogidas para la Eucaristía.
Es conveniente que se preparen la renovación de las promesas del Bautismo y se escoja el formulario que más les convenga.
Se prepara la oración de los fieles y las ofrendas.
Conviene tener un signo, que sea un recuerdo de este día.
Invocación al Espíritu Santo
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus sietes dones según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.