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Tiempo ordinario

Índice Liturgia

Tiempo que celebramos:

  • Tiempo Ordinario
  • Adviento y Navidad
  • Cuaresma
  • Semana Santa
  • Tiempo Pascual

Formación Litúrgica:

  • Introducción. El Espíritu de la liturgia
  • Tema I. Celebrar nuestra fe
  • Tema II. El año Litúrgico
  • Tema III. Los Sacramentos
  • Tema IV. El domingo, Día del Señor

Tiempo Ordinario

El Tiempo que celebramos

TIEMPO ORDINARIO:
RETOMAMOS EL TIEMPO ORDINARIO: SANTOS, DÍA A DÍA

Caminamos de nuevo en el Tiempo Ordinario, en su segunda parte, que va desde Pentecostés hasta el nuevo Adviento. La primera parte fue desde el Bautismo de Jesús hasta el Miércoles de Ceniza. Una oración de la Misa nos ayuda a comprender el sentido especial de este tiempo: «Concédenos, Señor, a los que hemos celebrado las fiestas de Pascua, conservarlas, por tu gracia, en las costumbres y en la vida».  Se nos propone que consideremos este tiempo no el sentido peyorativo del adjetivo ordinario: insignificante, banal, rutinario, sino como un desafío de seguir gozando de la alegría de la Pascua a lo largo de toda la vida.  

En este Tiempo Ordinario, las fiestas de la virgen María y de los santos se hacen más presentes. La piedad y devoción de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento primordial del culto cristiano. Ciertamente este culto se dirige fundamentalmente al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, reflejando el plan salvador de Dios. Pero, como María ocupa un puesto singular dentro de este plan salvador, el culto cristiano dedica también una atención singular a la Virgen María.

Manifestación de este culto mariano son las numerosas fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios, las bellísimas oraciones con que la tradición se ha dirigido constantemente a ella y las múltiples devociones con que el pueblo cristiano más sencillo honra la presencia y protección de la que considera su Abogada. El amor a María contribuye a fortalecer en nosotros el amor a la Iglesia: nos hace sentir más profundamente los lazos que nos unen a todos los creyentes y percibir la acción de la Iglesia en el mundo que prolonga la solicitud maternal de María.

 

Los misterios de María son lecciones de vida cristiana

Cuando veneramos a María a lo largo del Año litúrgico, en las distintas fiestas dedicadas a su nombre, estamos celebrando el único Misterio de nuestra salvación, ya que la memoria de la Madre del Señor está indisolublemente unida a la obra salvadora de su Hijo. Por ello, el recuerdo de María hay que buscarlo, ante todo, en aquellos tiempos litúrgicos y en aquellas festividades del Señor que celebran un acontecimiento salvífico al que María está particularmente asociada. Esta es la importancia de los tiempos de Adviento y Navidad, de Cuaresma y Pascua, y también de Pentecostés.

La devoción popular a la Virgen María ofrece unas posibilidades extraordinarias para la educación catequética de nuestro pueblo: los misterios gozosos, dolorosos, luminosos y gloriosos del Rosario, son una catequesis sencilla que nos adentra en el insondable Misterio de Dios.

 

Claves de espiritualidad del culto a los santos

La devoción a los santos tiene sus raíces en la Sagrada Escritura (cf. Hch 7,54 60; Ap 6,9 11; 7,9 17) y su culto, en especial el de los mártires, es un hecho eclesial antiquísimo. La Iglesia, siempre ha venerado a los santos y ha regulado la práctica de su culto, tanto en las expresiones litúrgicas como en las populares, y ha subrayado el valor ejemplar del testimonio de estos insignes discípulos y discípulas del Señor, para ayudarnos a vivir de forma auténticamente cristiana.

En el recuerdo o memoria de los santos, con sus biografías a veces enriquecidas por la devoción popular, conmemoramos los nombres nuevos de la gloria, y sus rostros, transfigurados por la luz de la eternidad. En ellos, la Iglesia revive su historia de salvación y recibe el reflejo del esplendor de su santidad. La historia ejemplar de sus hijos, la santidad de su vida, reflejo de la santidad de Dios, el único Santo, hace a la Iglesia más santa.

La justa relación con los santos no es de adoración (sólo se adora a Dios); a los santos, «no damos un culto de adoración sino de veneración», que se traduce en amor respetuoso, admiración de sus virtudes, culto a su imagen como signo de la santidad.  Pero todo ello, nos remite al gran Misterio de Dios.

Esperamos compartir con ellos la vida eterna. Es la dimensión llamada escatológica de la memoria de los santos. Ellos, son una presencia alentadora en nuestro caminar hacia el cielo. Cuando nos dirigimos a ellos, nuestra mirada se reviste de esperanza y de plegaria a la vez, expresada claramente en el deseo de compartir su presencia en la gloria.

Cuando contemplamos a los santos, ellos nos remontan y nos llevan a la contemplación del rostro de Dios. No son los santos el fin de nuestra devoción, sino que, desde ellos, con su ayuda, nos acercamos más al amor primordial de Dios Padre, en Jesucristo y bajo la luz del Espíritu. En ellos, contemplamos la maravillosa obra de Dios en sus criaturas: las maravillas de la salvación, reflejada en la historia de un hombre o una mujer, que se prolonga en la Iglesia de todos los tiempos.

Hay tres claves que la Iglesia nos propone en el Prefacio Primero de los santos, para orientar nuestra devoción: «imitar su ejemplo, pedir su ayuda, compartir su destino».

Estamos llamados a «imitar su ejemplo». Tanto en su trato con Dios en una oración constante, como en su entrega al servicio de los hermanos, especialmente de los más necesitados.

Necesitamos «pedir su ayuda». Ellos interceden por nosotros ante Dios. Cada uno tenemos «santos de nuestra devoción», a ellos acudimos con más asiduidad y confianza. Esta devoción particular no provoca los celos de los demás, porque todos forman la «comunión de los santos» cuya gloria es alabar al Señor, el Único Santo.

Aspiramos a «compartir su destino». La devoción a los santos no es un punto de llegada, sino un trampolín que nos impulsa a desear vivamente, «compartir su destino»: encontrarnos con Dios y vivir eternamente gozando en su presencia.

Los santos son de carne y hueso, muchos de ellos, «santos de la puerta de al lado». La llamada a la santidad es una llamada universal y en el cielo no hay derecho de admisión. La puerta de la gracia está abierta para todos, basta que mi libertad quiera atravesarla.

Mi oración a la Virgen que concita mi devoción, el recuerdo del santo del que llevo su nombre, eleva mi mirada y levanta mi corazón hasta el rostro de Dios.

 

Parroquia de San Pedro Apóstol (Málaga)

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