Semana Santa
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Semana Santa y Pascua de Resurrección
Una semana santa y cincuenta días de fiesta de pascua. El Domingo de Ramos, con la lectura de la Pasión, nos adentramos en las páginas más emblemáticas de la vida de Jesús. La biografía de todo gran hombre depende sobre todo de su final. Un epílogo feliz puede salvar una novela.
La vida de Jesús, narrada en los cuatro evangelios, no es una biografía corriente. Cada evangelista nos presenta más que una sucesión de hechos cronológicos, una exposición de la Buena Noticia, del mensaje de Jesús. No es lo importante en el evangelio los lugares, las fechas, e incluso los detalles pintorescos. Lo realmente primordial es el mensaje que nos comunica.
Con el Domingo de Ramos, llevamos a nuestras celebraciones las páginas finales de la vida de Jesús. Leeremos la Pasión según san Marcos, y el Viernes Santo, junto a la cruz meditaremos con la Pasión según san Juan. En unos capítulos se concentra el mensaje y la vida del mejor de los hombres, del Hijo de Dios.
Nuestro pueblo, cada uno de nosotros somos muy sensibles al hecho de la muerte. Ahora, vamos a concentrarnos en la pasión de un hombre. Pero el epílogo de esta historia no termina en muerte. La recapitulación final es siempre la Resurrección.
Oficios en el templo y procesiones en la calle
Estamos llamados a ser «testigos de nuestra fe, siempre y en cualquier lugar». Nos acercamos a una semana llena de intensidad religiosa. Cada primavera, nuestra ciudad y nuestros pueblos se vuelven inquietos con la preparación de la Semana Santa. Es curioso, calificar a una semana como «santa». ¿De dónde le viene este sobrenombre? Es fácil responder; en esta semana recordamos los misterios fundamentales de nuestra fe: la Muerte y Resurrección de Jesús. Es una semana santa por el personaje central, por el protagonista principal: Jesús de Nazaret, Cristo Salvador.
La piedad popular y la fe sencilla de nuestro pueblo, quiso expresar su agradecimiento a la muerte salvadora de Jesús, sacando en hombros, como victorioso, a Aquel que nos había salvado. Y surgen los pasos de Semana Santa: son expresiones populares de los diversos misterios de nuestra redención, algunos sugeridos desde el Evangelio y otros desde la tradición popular.
Y la culpa y el perdón implorado que arrastra nuestro pecado provocará colas de penitentes detrás del crucificado, en un grito silencioso de querer decir en público: yo soy pecador, y por mí murió Cristo. ¿Qué otro sentido tiene ir de penitente sino querer aliviar con nuestro arrepentimiento el dolor de Jesús clavado en la cruz por nuestros pecados?
María, unida al dolor del Hijo, participará gozosa de la alegría de la Resurrección. La piedad popular, ha sabido unir al dolor del Hijo el inmenso dolor de la Madre y unir a María a la alegría desbordante de la Resurrección: es la Virgen, Madre del Amor, Nuestra Señora de la de la Soledad y de los Dolores, de la Amargura… per, también la Virgen de la Paz y de la Alegría, Madre de la Esperanza y de la Caridad, Reina de los Cielos.
Cuidar el sentido auténtico de nuestra Semana Santa
El riesgo de la secularización, una sociedad que vive como si Dios no existiera, ha llegado a muchas instancias de nuestro pueblo. Quizás el peligro mayor es la intención solapada de algunos de «vaciar de contenido cristiano» una serie de expresiones de fe, que quedan simplemente como manifestaciones culturales o folklóricas.
La Semana Santa, concita en nuestros pueblos y ciudades muchas voluntades. Pero no podemos dejar que nos secuestren su sentido más profundo. Celebramos junto a María el Misterio de la Muerte y la Resurrección de su Hijo. Es la expresión máxima de nuestra fe, con la idiosincrasia de nuestro pueblo.
Es una fiesta cristiana, en la que expresamos profundos sentimientos de dolor y de gozo, de muerte y de vida. Pero sin la fe puede quedar simplemente en un mero espectáculo. Hay que recuperar el sentido profundo de la Semana Santa, y ello sólo es posible si todos los cristianos, y en este tiempo especialmente los hermanos y cofrades, miramos a los Sagrados Titulares y descubrimos en ellos el Misterio profundo de nuestra fe, la gran herencia de nuestros padres, que administramos para dejar enriquecida a nuestros hijos.
Cada Semana Santa, celebramos al único Santo, y vale la pena que los cristianos la vivíamos «como santos»: con dignidad de vida, asistiendo a las procesiones con decoro y con un sentido profundo de fe.
Pero, sobre todo, en estos días centrales de nuestra fe debemos esforzarnos por celebrar devotamente en nuestra comunidad parroquial los Oficios del Jueves, Viernes y Sábado de gloria. Son las fiestas pascuales, los días más importantes para el cristiano, que hemos venido preparando a lo largo de esta Cuaresma.
Gracias a Dios que nuestro pueblo va sabiendo «compaginar Oficios en la Iglesia y procesiones en la calle»: es un signo de la mejor formación cristiana de los fieles. La rica expresión popular de la fe que se expresa en los pasos procesionales, debe tener la fuente de vida espiritual de unos Oficios del Triduo Santo, celebrados en la comunidad parroquial.