Adviento y navidad
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Tiempo que celebramos:
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Adviento y Navidad
El tiempo litúrgico de la Iglesia tiene su fundamento en la misma realidad del tiempo cósmico, con sus estaciones, el ritmo de los días, las semanas, los años. Pero acoge también la dimensión bíblica del tiempo como espacio lleno de la presencia del Señor de la creación y de la historia.
El Año litúrgico no es simplemente un calendario es sobre todo la memoria de una Historia de salvación. A lo largo de cada año, la Liturgia de la Iglesia celebra el misterio de nuestra salvación, recorriendo los misterios de la vida de Cristo, el Señor. El Año litúrgico es un proceso iniciático, que nos adentra en los misterios de nuestra fe. El Año litúrgico posee una peculiar fuerza, no sólo expresiva y simbólica, sino sacramental y eficaz, para alimentar la vida cristiana y hacer de los hombres «hijos de Dios y herederos de la vida eterna» (Cf. Ga 4,6-7; Rom 8,14-18).
En el ciclo «A» leemos especialmente el Evangelio según san Mateo
La Iglesia ha distribuido la lectura de los tres evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) de una forma sucesiva, en tres ciclos: ciclo A (san Mateo), ciclo B (san Marcos), ciclo C (san Lucas). Ellos se van sucediendo cada año. El Evangelio de san Juan aparece en los tres años. En este nuevo Año litúrgico, seguimos el ciclo «A», y leeremos fundamentalmente el Evangelio según san Mateo.
El Evangelio según san Mateo, un manual para el discípulo. El evangelio de Mateo es el más largo: tiene veintiocho capítulos. Con respecto a los otros evangelios sinópticos amplia la narración de los acontecimientos de la infancia de Jesús, haciendo ver que se «cumplen las Escrituras», las profecías del Antiguo Testamento se cumplen en Jesús; y a su vez narra más detalladamente las apariciones del Señor Resucitado a su comunidad. Mateo nos quiere mostrar a Jesús como el Mesías prometido en el Antiguo Testamento.
En el evangelio de Mateo, en el último capítulo hay una clave fundamental para entenderlo, es el envío misionero del Resucitado a sus discípulos: Id y enseñad a todos los pueblos, para que sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que os he mandado (28,19-20). Para este servicio de invitar a todos a pertenecer al grupo de los seguidores de Jesús, el evangelista recoge especialmente las palabras del Maestro destinadas a la instrucción de los discípulos, presentadas bajo forma de «discursos» (discurso de la montaña, cc. 5-7; discurso misionero cc. 10-11; discurso de las parábolas, cc. 13-16; discurso comunitario, cc. 18-19; discurso del fin del mundo cc. 24-28). Por ello, podemos considerar este evangelio como «el Manual para el discípulo de Jesús».
Adviento: un tiempo precioso
No todos los tiempos litúrgicos tienen igual peso e importancia. La primacía la tiene el Triduo Pascual, la conmemoración de Cristo muerto, sepultado y resucitado: todos los tiempos litúrgicos convergen en la Pascua y de ella reciben la luz y significado.
El Adviento es un tiempo preparatorio de la Navidad. Adviento quiere decir «venida». Durante las cuatro semanas del Adviento la Iglesia nos pone delante lo que fue la perspectiva histórica de la venida del Mesías, el acontecimiento mismo de su venida y la continua presencia de Dios en el mundo. También se nos prepara y advierte de otra gran venida en majestad, llamada Parusía, reservada para el final de los tiempos.
El Adviento forma una unidad con Navidad y Epifanía. Del mismo modo que la Cuaresma desemboca en la Pascua de Resurrección, el Adviento desemboca en la solemnidad del Nacimiento de Jesús que abre el tiempo de Navidad-Epifanía. En los dos casos es una fiesta la que hace de eje tanto del período que la antecede como del que la sigue: Pascua de Resurrección y Pascua de Navidad, como popularmente se designa a la segunda gran celebración anual del año cristiano.
El Adviento es el tiempo de los vaticinios mesiánicos y de la esperanza de la Iglesia. Por eso, las lecturas se centran en las profecías y anuncios del nacimiento de Jesús como Mesías y de su última venida al final de los tiempos. Es un tiempo de «espera activa y de vigilancia» para estar preparados a la venida del Señor.
Jesucristo se presenta como el que cumple las promesas hechas al Pueblo de Dios. Es el Mesías anunciado por los profetas: por Isaías, Zacarías, Isabel, Juan el Bautista y María. Así, pues, se nos enseña en este tiempo a vivir la esperanza de una salvación segura, a imitar la actitud gozosa, aunque tensa, del pueblo de Israel y a valorar e imitar el gesto condescendiente de Dios hacia los hombres.
Dios se achica, se abaja, para hacerse más cercano al hombre. Se hace hombre y vive con nosotros y nos permite asomarnos al gran misterio de su Amor. En Navidad celebramos la fiesta de la cercanía de Dios, porque Dios se hace hombre como nosotros.
En este tiempo de crisis de valores, Dios, fiel a su cita no depende de la oferta y la demanda para recordarnos su presencia entre nosotros. Dios está ahí, esperando de nuestra generosidad que le abramos el corazón. Dios se nos regala, está al alcance de todos. Por eso quizás son los pobres y sencillos de corazón los que tienen más alegría por su venida.
Esta generosidad de Dios, reclama de nosotros que intensifiquemos nuestra oración y nuestra atención a las necesidades del hermano.
Los domingos de Adviento
- Domingo I de Adviento (1 de diciembre). Es el domingo de la espera. Las lecturas resaltan la espera y nos invitan a estar en vela. Se acerca nuestra salvación. Se nos sugiere: «Vigilad y estad despiertos». El Señor está ya cerca. Y nosotros gritamos: ¡Ven Señor Jesús!
- Domingo II de Adviento (8 de diciembre). Es el domingo de la conversión. El personaje central de este domingo es Juan Bautista que aparece en el desierto, llamando a la penitencia y la conversión; nos grita: «Convertíos, se acerca vuestra salvación». Ello provoca en los creyentes «la necesidad de abrir el corazón a la salvación». Este año, al coincidir con la fiesta de la Inmaculada, centraremos nuestra mirada en María, que aguarda el nacimiento de su hijo, el Hijo de Dios.
- Domingo III de Adviento. Es el domingo de la alegría. En medio del Adviento se sitúa este domingo, que se llama Gaudete: ¡alegraos! Las oraciones de la Misa y las lecturas nos invitan a estar alegres por la venida del Salvador. En el Evangelio se hace una pregunta: «¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?». Los signos que acompañan al Salvador nos acreditan que está entre nosotros: ¡Alegrémonos!
- Domingo IV de Adviento. Es el domingo del anuncio. Los domingos anteriores nos anuncian la venida del Mesías. Ahora María y José se preparan para recibirlo. También los ángeles. María e Isabel intercambian su gozo. Y María nos regala el Magnificat como la oración primordial del Adviento. Nosotros nos disponemos a recibirlo con el mismo amor de María y gritamos: ¡Llega el Mesías salvador!
La Comunidad, aprende de María a esperar a su Señor. Adviento es tiempo de esperanza, de acompasar el compás de nuestra espera al ritmo amoroso de Dios que se nos acerca. La Comunidad celebrará gozosa la presencia del Hijo de Dios hecho hombre como nosotros.
Las fiestas de Navidad y Epifanía
Felices Pascuas. Con esta expresión, un deseo lleno de felicidad, nos solemos felicitar en Navidad. El pueblo cristiano, quizás desconociendo las razones teológicas profundas que unen la Navidad con la Pascua de Resurrección y basándose únicamente en la identificación de la palabra Pascua con «fiesta grande», ha llamado al día del nacimiento de Cristo «Pascua de Navidad». Ha acertado plenamente con el título, porque en este día el corazón de todos los fieles celebra con renovada solemnidad, interior y externa, el comienzo de nuestra redención efectuada en el misterio de la Pascua de Resurrección. Cada año, la alegría natural brota de su fuente natural, que es la gloria de la Resurrección del Señor y el don inefable del Espíritu Santo.
Navidad es todavía hoy una celebración muy sentida. Se puede decir que es una fiesta litúrgica que ha penetrado en la cultura. Existen ciertamente aspectos negativos como el desenfrenado consumismo que hace olvidar al auténtico regalo, que es Cristo.
La Iglesia ha mantenido en sus celebraciones el sentido genuino de la Navidad. La solemnidad de Navidad, preparada por el tiempo de Adviento, se introduce con las primeras Vísperas, se celebra con la Vigilia y la Misa de Medianoche, una de las más solemnes del año; se prolonga además, con la misa de la aurora y del día 25 siguiendo la antigua tradición. El tiempo festivo de la Navidad se alarga con la celebración de una octava, en la que se celebran diversas fiestas:
– El Día de la Familia (día 29 de diciembre, el primer domingo después de Navidad): fiesta entrañable que nos presenta a Jesús rodeado de María y José, manifestándonos en la imagen de la familia el Misterio del Trinidad.
– La fiesta de la Virgen, Madre de Dios (día 1 de enero): celebramos el primer título de María: ella es ante todo la Madre del Señor. En esta jornada se celebra también el Día de la Paz, uno de los dones que nos trae el Mesías y del que tanto necesitamos.
– El Día de Epifanía (día 6 de enero): que nos recuerda con la fiesta de los Reyes Magos la manifestación de Dios a todos los pueblos, a Oriente y Occidente.
– La fiesta del Bautismo de Jesús (día 12 de enero, domingo después de Epifanía): en la que Jesús es presentado por el Padre a los hombres: ¡Este es mi Hijo amado, escuchadle! El Bautismo de Jesús, nos invita a renovar la gracia de nuestro Bautismo.