«Le vieron subir, hasta que una nube lo ocultó a su vista. Mientras miraban fijamente al cielo viéndolo irse, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este Jesús que acaba de subir al cielo volverá como lo habéis visto irse» (Hch 1, 9-11).
La Ascensión es el complemento del triunfo de la Resurrección. Cristo, el Hijo, es reclamado para participar de la gloria del Padre. Y el Hijo se presenta ante el Padre con un nuevo título: el Redentor y Salvador del mundo, el que cumplió fielmente la voluntad del Padre.
Junto a María, en procesión triunfal
Los discípulos, y entre ellos María, observarían atónitos la escena: llenos de alegría pascual, su gozo llega a la plenitud al contemplar el triunfo definitivo del Maestro. Dos sentimientos contradictorios se mezclarían en el corazón de la Madre: la alegría por la Resurrección y la tristeza por la separación física del Hijo. Pero María comienza ya a acortar la distancia ejercitándose en la virtud de la esperanza: nos reencontraremos con mi Hijo en la casa definitiva del Padre.
La Ascensión es como una procesión triunfal. El camino hacia la gloria es el camino del triunfo. Y Cristo lo recorre, también como enseñanza: lo que yo hago hoy, vosotros también los haréis. Toman, ahora, pleno sentido las palabras misteriosas que el Maestro deja a sus discípulos en los discursos de despedida del evangelio de Juan: «no os inquietéis. Confiad en Dios y confiad también en mí. En la casa de mi Padre hay lugar para todos… volveré y os llevaré conmigo, para que podáis estar donde voy a estar yo» (Jn 14,1-3).
En la Ascensión, Cristo, el primero, inaugura para nosotros la ruta del encuentro con su Padre Dios. San Agustín nos lo dice con estas palabras, siguiendo al apóstol Pablo: «Cristo es un solo cuerpo formado por muchos miembros. Bajó, pues, del cielo, por su misericordia, pero ya no subió él solo, puesto que nosotros subimos también en él por la gracia. Así, pues, Cristo descendió él solo, pero ya no ascendió él solo; no es que queramos confundir la divinidad de la cabeza con la del cuerpo, pero sí afirmamos que la unidad de todo el cuerpo pide que éste no sea separado de su cabeza».
¡No os quedéis mirando al cielo! El tiempo de la espera
Es necesario, anhelar este encuentro y para ello: estaremos con Él, en la alegría de la gloria. Él nos precede y nos prepara sitio. Pero, la espera de la gloria, nos recuerda la necesidad de «merecerla y ganarla». Todo es gracia de Dios y de Jesucristo, de su plenitud todos vamos recibiendo «gracia sobre gracia» (Jn 1,16). La salvación es pura gracia de Dios. Pero no podemos quedarnos con los brazos cruzados, hay que «merecer» el amor de Dios.
¿Cómo podemos alcanzar, también nosotros, estar con Él? La misma pregunta se hizo aquel fariseo que cuestionó a Jesús: : «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Jesús le respondió con una de las parábolas más hermosas: el buen samaritano (Cf. Lc 10,25-37). En esta parábola Jesús nos invita a descubrir a nuestro prójimo y a amarlo con una nueva forma de amar: no es el llamado amor «político»: «te doy para que tú me des»; sino un amor de «ágape» un amor basado en la desigualdad: «doy al que no puede devolverme… al desvalido, al anónimo». Soy prójimo de todos, sean de la condición que sean.
En Gaudete et exsultate, Francisco concreta estas exigencias para la salvación, cuando habla del Protocolo del Juicio final: «En el capítulo 25 del evangelio de Mateo (vv. 31-46), Jesús vuelve a detenerse en una de estas bienaventuranzas, la que declara felices a los misericordiosos. Si buscamos esa santidad que agrada a los ojos de Dios, en este texto hallamos precisamente un protocolo sobre el cual seremos juzgados: «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (n. 95).
La gran pregunta del Juicio final (cf. Mt 25,31-45), cuando contemplemos a Cristo, sentado a la derecha del Padre, será: «¿Qué has hecho con tu hermano?»