«Una gran señal apareció en el cielo: una mujer envuelta en el sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en la cabeza» (Ap 12,1). Esta visión del profeta del Apocalipsis nos adentra en esta imagen de María, que culmina en el quinto Misterio glorioso: «María es coronada como reina del cielo y de la tierra».
María, la Madre del Señor, recibe el homenaje de sus hijos. El Hijo de Dios y de María, la contempla coronada de doce estrellas; y nos la presenta como la Reina del corazón de todos sus hijos e hijas. Y cada uno de nosotros, la reconocemos como Madre y Reina de nuestro corazón. Esta advocación de María como Reina coronada, es una muestra más de la intensa devoción de sus hijos.
Las doce estrellas de Europa
Sin duda hemos visto muchas veces la bandera de Europa. Es sencillísima: doce estrellas sobre un fondo azul. El Parlamento Europeo la eligió oficialmente y por unanimidad, viendo en ella un símbolo de fraternidad y unidad. El mismo artista encargado por la Comunidad Europea de diseñarla, M. Arsène Heitz, de Estrasburgo, nos desvela el motivo de su inspiración: «tuve la idea de hacer una bandera azul sobre la que se destacaban las doce estrellas de la Medalla Milagrosa de Rue du Bac. De modo que la bandera de Europa es la bandera de la Madre de Jesús, que apareció en el cielo coronda de doce estrella (Ap 12,1)».
No es casualidad que María esté presente en la bandera de Europa. En cierto sentido, tenía derecho a ello, porque está presente también en la historia y en la cultura europea. Todos los rincones de Europa, están salpicados de catedrales, santuarios y ermitas dedicados a la Virgen. Ella, es un claro exponente del mejor humanismo europeo: María es un código moral lleno de significación y generalmente aceptado. En María el hombre europeo toma conciencia de ser persona, sujeto libre y responsable, elevado a la capacidad de diálogo amoroso con Dios. En nombre de María se construyen hospitales, se crean montes de piedad, se profesa respeto a la mujer, surgen asociaciones religiosas, que ejercitan la mejor caridad. Eliminar las raíces cristianas de Europa, la empobrece y socava su propia identidad.
Cristo Rey y María Reina
En un momento de la historia, con un sólido fundamento bíblico, ciertamente, pero promovido también por una determinada coyuntura histórica, el pueblo mira a Jesucristo, y le invoca como Rey del universo, como Señor de los señores. El Papa Pio XI, en 1925, instaura la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. La fiesta de Cristo Rey debe huir de todo triunfalismo ya que nace de la misma experiencia del triunfo de la Cruz: la corona de Cristo, es una corona de espinas, signo de redención y salvación.
La piedad popular, reivindica para la Madre el mismo honor del Hijo: la Madre de Cristo Rey, debe ser Reina y Señora. Y así, esta devoción popular, es institucionalizada en la sencillez de una jaculatoria: «Reina del Universo». La fiesta se el día 22 de agosto, que coincide con la octava de la Asunción: la dignidad real de santa María Virgen pertenece al misterio de su plena glorificación, junto a su Hijo, reflejado en el Misterio de la Asunción.
Las jaculatorias del Rosario son un tratado sencillo de teología. En parte de ellas, invocamos la realeza de María, o lo que es lo mismo, su protección sobre las personas a lo largo de toda la historia de la salvación: así, la invocamos como reina de los apóstoles, de los mártires, de los confesores, reina de los ángeles, reina de la familia; y su vez, la proclamamos abogada de las aspiraciones más profundas de la humanidad: la proclamamos reina de la paz.
“Vuelve a nosotros, esos tus ojos misericordiosos”
Cuando hoy se oscurece la fe, cuando Europa quiere tender un velo de olvido sobre sus propias raíces, levantar nuestra oración a Dios, invocando a María como Reina, es a la vez invocarla como Madre de una humanidad más desvalida que nunca; una humanidad que al erradicar a Dios Padre de su vida, se ha convertido en una humanidad huérfana.
La corona que María lleva sobre sus sienes es un compromiso de amor. Ella amó más que nadie. Amó a Dios y se dejó amar por Él. Y en este amor, nos amó a todos nosotros. Por ello, también, el amor cristiano es la corona del más fino oro que podemos entregar a la Madre. San Pablo dice a los filipenses: «vosotros sois mi corona» (Flp 4,1). ¡Ojalá que cada uno de nosotros, que los diversos pueblos de Europa, fieles a la herencia de nuestra fe, seamos parte de las doce estrellas que coronan la imagen entrañable de la Virgen y agradezcamos su protección, arropándola con la cercanía de nuestro amor y veneración!