El anuncio del ángel dejó a María sumida en un profundo silencio: ¡Ella sería la Madre del Hijo de Dios! ¿Con quién compartir aquel anuncio? ¿Cómo podría contar lo sucedido de modo que otras personas pudieran creerla? Hasta José su esposo dudó y pensó abandonarla en secreto. María se siente, plenamente, en las manos de Dios. María se acuerda de Isabel, su prima y confidente: «María se puso en camino y se fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel (cf. Lc 1,39-56).
El diálogo entre las dos mujeres
El Espíritu Santo que llevó a María a visitar a su pariente Isabel, promovió el diálogo entrañable de las dos mujeres. Isabel reconoce a María con un título asombroso: la «Madre de mi Señor», lanzándole un piropo de sabor andaluz: «Bendito el fruto de tu vientre». Isabel comienza a expresar los primeros efectos de aquella visita: «en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno». Y remata su saludo con una exclamación de admiración y de agradecimiento hacia su pariente María: «¡Dichosa tú que has creído!»
Los cristianos de todos los tiempos podemos sumarnos a este himno de alabanza, diciendo: ¡Dichosos nosotros porque por la fe de María, también podemos contemplar al Hijo de Dios! El saludo de Isabel, en su sencillez, ha quedado recogido en una de las oraciones más populares de nuestra devoción a María: «Dios te salve, María… bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre…»
A este himno de Isabel, María contestó con una de las páginas de oro del Evangelio: El Magnificat, que reconoce las maravillas de Dios en su persona. Es un himno arrancado a la mejor tradición bíblica. Pero, sobre todo, es un canto madurado en la oración personal de María que, como miembro del resto de Israel que espera las promesas, vive aguardado al Salvador. María proclama las grandezas que el Señor ha realizado en ella. No se canta a sí misma, canta las maravillas del Señor en su vida.
Este himno abre la posibilidad definitiva de la esperanza para el hombre: Jesucristo el Hijo de Dios, Mesías y Salvador esperado, desciende hasta la humanidad, para que la salvación se desparrame en el mundo y todos podamos ser incorporado al amor del Padre.
El silencio que habla entre los dos hijos
Al diálogo de las dos madres, acompaña el silencio de los dos hijos que llevan en sus entrañas: el vientre de Isabel se hace eco a la Buena Noticia que le trae María. Así, narra el encuentro Martín Descalzo: «Había sido un simple saludo, quizás un simple contacto. Tal vez al abrazarse, los dos senos floridos se acercaron. Y el no nacido Juan Bautista despertó, se llenó de vida, empezó su tarea. Realizó la más bella acción apostólica que ha hecho jamás un ser humano: anunciar a Dios pateando en el seno materno».
Así nos presenta a Juan Bautista el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia: «En la frontera entre el Antiguo y el Nuevo Testamento descuella la figura de Juan, hijo de Zacarías y de Isabel, ambos justos ante Dios (cf. Lc 1,6), uno de los más grandes personajes de la historia de la salvación. Todavía en el vientre de su madre, Juan reconoció al Salvador, también escondido en el vientre de la Virgen María (cf. Lc 1,39 45); su nacimiento estuvo marcado por grandes prodigios (cf. Lc 1,57 66)… Jesús hizo un grandioso elogio de él, proclamando que entre los nacidos de mujer no hay uno más grande que Juan (cf. Lc 7,28).
Desde la antigüedad, el culto a san Juan ha estado presente en el mundo cristiano, donde pronto adquirió también connotaciones populares. Además de las celebraciones del día de su muerte (29 de Agosto), como sucede normalmente para todos los santos, sólo de san Juan Bautista, como de Cristo y de la Virgen María, se celebra solemnemente su nacimiento (24 de Junio)».
María, Señora «de la prontitud», nos invita a llevar la Buena Noticia
La escena entrañable de la Visitación tiene una fuerte actualidad evangelizadora: es imprescindible, hoy, escuchar la voz del Espíritu en nuestro corazón, darle cobijo al Hijo de Dios en nuestra vida y dejarnos llenar por el amor de Dios, y a imitación de María, «la mujer orante y trabajadora en Nazaret, Señora de la prontitud» salir «sin demora» a la calle» y hacernos visitadores de los más desvalidos y de los alejados de Dios, y llevarles nuestro auxilio y la Buena Noticia de la presencia salvadora de Dios (cf. Evangelii gaudium, n 288).