En el marco del Sermón de la Montaña, el evangelista Lucas nos deja la enseñanza de la oración del Padrenuestro (Cf. Lc 11, 1-11). Quizá, lo más importante de este pasaje es el pretexto elegido para la enseñanza del Maestro: «Estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: Maestro, enséñanos a orar como oras tú». Los discípulos no le piden sólo que les enseñe a orar, sino que quieren «orar como el Maestro». La íntima relación entre Dios y Jesús es contemplada por los discípulos, que sienten curiosidad por parecerse al Maestro, por tratar a Dios como Él le trata.
«Enséñanos a orar como Tú»
Orar es, para el creyente, una necesidad tan vital como respirar para el cuerpo. La persona humana va creciendo y madurando a través del diálogo con las personas que le rodean y atienden. La comunicación es un alimento vital para crecer armónicamente.
En la vida espiritual, orar, comunicarnos con Dios, es un alimento necesario para crecer. En esto consiste la vida de oración: en un continuo diálogo de petición, de súplica, de acción de gracias, de alabanza, de manifestación de afecto y alegría hacia Dios, que es Amor y es nuestro Padre. Una de las definiciones más bellas y expresivas de oración es la de santa Teresa de Jesús: «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama». Y es muy sugestiva, también, la que nos ofrece santa Teresa de Lisieux: «es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor, tanto desde dentro de la prueba, como desde dentro de la alegría». La oración es tan importante en la vida del cristiano que el mismo Cristo nos enseñó a orar (Cf. Lc 1-11) y de la primera comunidad cristiana nos dice el Evangelio que «perseveraban unánimes en la oración, junto con María» (Hch 1,14).
«Decid: Padrenuestro…»
Jesús les enseña a orar, pero no les deja un método, sino una experiencia, su propia experiencia. La oración penetra en el discípulo no como una regla, un método, o una condición de admisión al grupo, sino como una imitación del Maestro. Los discípulos le piden al Maestro: «enséñanos a orar como oras tú». Cuando Jesús responde al deseo de los discípulos de enseñarles a orar, Jesús nos deja el Padrenuestro. Jesús no les enseña a orar como un maestro distante, sino que les invita a «orar con Él».
En el Padrenuestro Jesús reza con nosotros al Padre. La profunda originalidad de la oración de Jesús se expresa en la primera palabra de la oración: «Padre»; en arameo: Abba. La gran novedad de la oración enseñada por Jesús consiste en la familiaridad con que invitó a los discípulos a dirigirse a Dios. En la tradición judía se había desarrollado un respeto tan grande por la majestad divina que se abstenía ordinariamente de pronunciar el nombre de Dios. En su oración personal Jesús demuestra que franquea esta distancia, ya que invoca al que reza con el nombre de «Padre». Así, Jesús ensancha el campo de la oración mediante la facultad de que le digamos «todo» a Dios, apoyados en nuestra condición y dignidad de hijos.
La vida de María, «una escuela de oración»
En la primera oración del Padrenuestro, se intercambian los papeles: el Hijo el que enseña a la Madre. Nosotros la aprendimos de la nuestra. Para María orar es tener siempre en el corazón los misterios de su Hijo, hablar con él y hablar de él: contemplar su rostro y aprender con el corazón sus palabras.
La «escuela de María» nos deja una lección primordial: la participación de la Virgen en el misterio de Cristo no es sólo la de los grandes momentos de su protagonismo (Anunciación, Visitación, Navidad, Crucifixión, Pentecostés), sino la de los momentos ordinarios, en el día a día: es la experiencia de la «vida oculta de Nazaret», en la que María vive en el anonimato de un mujer sencilla, pero en atenta mirada a su hijo, el Hijo de Dios hecho hombre. María, mira al Hijo, le escucha y habla con Él. En el silencio y el diálogo, la Madre contempla al Hijo, la discípula al Maestro. Surge, así, una familiaridad nueva más allá de la de la sangre: es la amistad entre madre e hijo, que fluye del trato. Y, orar, como nos dice santa Teresa, no es sino «tratar de amistad con quien sabemos que nos ama».
Para apoyar nuestra oración, interviene María con su intercesión materna. La oración de la Iglesia está apoyada en la oración de María… En las bodas de Caná, el Evangelio muestra precisamente la eficacia de la intercesión de María, que se hace portavoz ante Jesús de las necesidades humanas: «No tienen vino» (Jn 2, 3).