«¡Y nació de María, la Virgen!», rezamos en el Credo. Ésta es una certeza maravillosa. Llena de gozo al creyente y conmueve al que no cree. El Evangelio lo cuenta con sencillez: «Mientras estaban en Belén le llegó a María el tiempo del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada» (Lc 2,6-7).
Seamos lo que seamos, podemos decir: Jesús pertenece a misma raza humana, ha vivido mi historia, ha comido mi pan cotidiano, estuvo expuesto a la misma muerte: ¡Es uno de los nuestros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado!
Contemplar un misterio: el rostro del Hijo
«Cuando veo a una imagen con un Niño en los brazos, pienso que he visto todas las cosas»: así, hablaba san Juan de Ávila. Acudir a Belén es postrarse ante un Niño y contemplarlo. Es la actitud profunda y a la vez sencilla de María y José, de los pastores: «Fueron a Belén y vieron al Niño acostado en el pesebre» (Lc 2,16). Ver, no sólo con los ojos de la carne, sino contemplar con los ojos de la fe, quedarse admirado, para traspasar más allá de la simple apariencia. Todos los que nos llamamos cristianos, tenemos en nuestro corazón un hueco para este nombre: Belén. Su evocación nos remonta a nuestra infancia y a las fiestas familiares más entrañables.
Nosotros estamos invitados a contemplar el misterio. Acudir con la sencillez de los pastores a Belén, y postrarnos ante el Niño, bajo la mirada complaciente de José y la mirada cómplice de María, que en una antesala del Bautismo, y evocando las palabras del Padre, nos parece decir: «¡Este es mi Hijo, el amado de Dios, en quien me complazco!» (Mt 3,17).
La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura. San Juan Pablo II nos dejó estas bellas palabras en su Carta Novo Millennio Ineunte: «Es necesario contemplar el perfil histórico de Cristo, subrayando la veracidad y credibilidad de los documentos evangélicos. En realidad los Evangelios no pretenden ser una biografía completa de Jesús según los cánones de la ciencia histórica moderna. Sin embargo, de ellos emerge el rostro del Nazareno con un fundamento histórico seguro, pues los evangelistas se preocuparon de presentarlo recogiendo testimonios fiables (cf. Lc 1,3) y trabajando sobre documentos sometidos al atento discernimiento eclesial… Para acercarse a los hombres, Dios se hace hombre. Dios tiene rostro de hombre, pero en realidad, aunque se viese y se tocase su cuerpo, sólo la fe podía franquear el misterio de aquel rostro…». Contemplar el rostro de Cristo es descubrirlo como Hijo de Dios, de lo que el Evangelio nos da precisas indicaciones: Jesús tiene plena autoconciencia de su filiación divina hasta el momento cumbre de la cruz, en el que contemplamos su rostro doliente, hasta el momento definitivo de la Resurrección, en el que se nos manifiesta el rostro glorioso del Hijo de Dios, brillando en él la plena revelación de la verdad divina.
En María, Dios se hace solidario con los hombres
El relato del Nacimiento de Jesús, nos acerca esta Buena Noticia envuelta en una verdad dramática: el Hijo de Dios nace en la más extrema pobreza, rodeado de todas las carencias. Sólo la presencia amorosa de María, el silencio reverencial y protector de José.
María nos entrega a un «Dios desnudo», sin poder ni realeza aparente, que en la humildad de la escena del portal comienza a vivir nuestra vida y nuestro mundo. Así, nos quiere significar que quiere vivir entre nosotros, participar en nuestras tristezas y alegrías y, por último, padecer y morir por nuestra salvación.
En los brazos de María se nos muestra a Dios, hecho Niño, solidario con los hombres. Jesús quiere hacer suya la suerte de todos. Por ello, desde la Encarnación de Jesucristo la causa del hombre, de cualquier hombre y mujer, es la causa de Dios. Nos explica que las manos que se abren a los necesitados para responder a sus urgencias más primarias, son manos que se abren a Dios. El corazón que ama al más desvalido, al que no puede responder, está volcando su amor al mismo corazón de Cristo.
María no sólo nos muestra al Niño. Nos lo entrega para que lo tengamos en nuestras manos. Por mediación nuestra, quiere acercarse más, aún más, a todo aquel que pasa necesidad. Y en ese intercambio de solidaridad, reclama de nosotros que también nos acerquemos al más necesitado. El Nacimiento del Hijo de Dios es la gran noticia: signo del amor de Dios y el mayor reclamo para construir en este mundo el Reino Dios que El nos predicó: un mundo que sea una casa de hermanos, donde todos tienen posada, porque todos somos hijos del mismos Padre, bajo la mirada de una Madre común.