Los Misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos del Rosario, son una catequesis sencilla que nos adentra en el insondable Misterio de Dios. La vida de Cristo es el libro de lectura de María: todo lo vive desde Él, todo lo vive por Él. De la mano de María, vamos a desgranar en los días siguientes los 20 misterios del Rosario. Con los misterios del Rosario recordamos la presencia del Hijo de Dios entre nosotros. Ellos son los misterios de nuestra fe.
El ángel anuncia la Encarnación del Hijo de Dios
Los Misterios gozosos comienza con Encarnación del Hijo de Dios: ¡Dios se hace hombre! Nos dejamos llevar, para contemplar este misterio por una hermosa reflexión de Romano Guardini, en su libro El Señor: «Ningún espíritu humano puede comprender que Dios entre desde la eternidad en lo finito pasajero, que dé un paso para atravesar la frontera hacia lo histórico… sin embargo, aquí está en juego la más intima esencia de lo cristiano. En este campo, el pensamiento por sí solo no llega más allá. Un amigo me dijo una vez unas palabras con las que he llegado a comprender mucho más que con el mero pensamiento. Estábamos hablando sobre esa clase de cuestiones, y me dijo: ¡El amor tiene esas cosas! Esas palabras me han ayudado siempre. No es que hayan aclarado mucho la inteligencia, sino que apelan al corazón y permiten presentir el misterio de Dios… Ninguno de los grandes logros en la vida del hombre surge del mero pensar. Todos brotan del corazón y del amor. Pero el amor tiene su propio por qué y para qué. Y hay que estar abierto a ello, pues de lo contrario no se entiende nada. Pero ¿qué ocurre cuando es Dios el que ama, cuando lo que se revela es la profundidad y el poder de Dios? ¿De qué será capaz entonces el amor? Sin duda, de una gloria tan grande que, quien no tome el amor como punto de partida, todo tendrá que parecerle locura y sinsentido».
El Misterio de la Encarnación es un misterio de amor, una locura de amor de Dios: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único…» (Jn 1,16). Así lo explicó Pablo a los filipenses: «El cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a dios. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz…» (Flp 2,6-11).
María ante el misterio
María, tocada en su corazón por el Espíritu, acepta el Misterio y lo acoge en su corazón con una confesión de fe: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,26-38). María es ejemplo de fe: se abre a Dios, confía en Él y se deja llevar dócilmente por el Espíritu, convirtiéndose así en su morada, esposa fiel y testigo preeminente de la Salvación. Qué bellamente describe Paul Claudel en su obra La Anunciación, el designio de Dios: «No concierne a la piedra buscar su lugar, sino al maestro que la ha escogido. María ha sido elegida como la más perfecta catedral viviente que acoge al Rey del universo».
Con este relato comienza la historia de la íntima unión entre el Hijo y la Madre. María, desde este momento, no sólo concibe a su Hijo en sus entrañas sino que concibe al mismo Hijo de Dios en su corazón y, uniendo la razón y el amor, dice sí al mayor de los misterios: ¡Dios se hace hombre! En el misterio gozoso de la Encarnación del Hijo de Dios, se abre la historia más bella para los hombres: la página definitiva de la Historia de la Salvación de todos. Así lo expresaba san Juan Pablo: «Jesús es la verdadera novedad que supera todas las expectativas de la humanidad y así será para siempre, a través de la sucesión de las diversas etapas históricas. La Encarnación del Hijo de Dios y la salvación que Él ha realizado con su Muerte y Resurrección son, pues el verdadero criterio para juzgar la realidad temporal y todo proyecto encaminado a hacer la vida del hombre cada vez más humana».
Desde aquel primer sí de María, todos estamos implicados en esta escena. En cada uno de nosotros se repite espiritualmente este acontecimiento, cuando nos sentimos interpelados en nuestra fe, cuando se presenta ante nosotros el Misterio reclamando ser acogido: estamos llamados, como María, a dar cobijo al Hijo de Dios en nuestro corazón. Y repetir con María: «¡Hágase en mí según tu palabra!». Estamos invitados a empujar la historia para que realmente sea una historia de salvación.